DÁDIVA

Alza su nombre el hálito del tiempo,
y el clamor desfigura la tristeza.
Rompe la vida con el severo engaño
de risas o de olvido;
su corazón al aire, lo impulsa el aire,
el frío de una farsa creciente.
Oscuro es el vagido de la sangre,
la apagada tibieza que las manos ocultan.
¡Oh venerable dádiva sin el amor;
un sueño pende inmóvil de nuestros labios!
Lejos, el horizonte cubre
la vieja tempestad de aquel deseo…
Su voz, como una lenta melodía
salva de la ceniza.


      REINA DEL ALBA

                         Tu portes l'aube…
                              
PAUL VALERY

Marchó con el anuncio del estío
a tierras más lejanas;
oscuro fin sus ojos, despedida
al amor, vuelo de ave. Marchó,
severo el tono de los labios,
allí donde es tranquilo el tiempo
y brillan árboles cerca del mar,
ciudad desconocida
en llama siempre.

Claro el marfil contempla
su desnudez, su cuerpo
con intensa caricia,
que siente en paz los días
y cumple extensos cielos,
al amparo más leve.
Allí, fruto del sol, la vida
ocupa el centro,
es un paisaje hermoso
que se inclina a los hombres:
late entonces con fuerza
el corazón al filo de las aguas
y olvida su deseo lejos del Sur,
del pueblo fiel en sueño.

Levanta así los brazos
a la tarde y el recuerdo se va
como un perfume antiguo,
porque hay prisa en los gestos
y la palabra es falsa.

El soplo del verano
reúne suave en su frente
la mañana de luz, la espera, el mar,
la curva de las olas…
Afuera queda el mundo
fugándose sin suerte,
y una sombra más triste
de agonía en los álamos.


      CIELO INMÓVIL

Al despertar del sueño,
busca el leve recuerdo de las horas vividas,
atiende qué devuelva tu espíritu
para saber si es fuego
tu juventud entre los hombres.
Has perdido el amor,
brilla un amargo olvido por tus ojos:
esa mirada espanta a los felices,
hiere al mundo con su fijo recelo.

La tarde es luminosa,
apacible la brisa,
todos vienen aquí y el parque vive.
Dorado ya de tantos soles tu perfil,
sereno por los años va pasando,
conocida su estrofa, su acallado temblor,
desdicha sin alivio.

Hasta el oscurecer viste sus rostros,
sus muecas, la blasfemia,
feudos sin la belleza que has cantado,
nombres que siempre encubren
una vieja ruina.
Olvida el esplendor, el falso tono de los labios,
nada eterno los mueve, todo lugar es frágil,
y sus pechos no alientan una música alada.

Lejos será feliz, bajo otro cielo inmóvil
de nubes si se abren:
que no vuelvan los pasos a los mismos caminos,
que el instante renazca más puro de la sombra.
Así invocaron siempre, cumplida la tristeza,
otros seres cansados esa palabra en llamas,
para salvar sus cuerpos.


         OFRENDA

Hubo una flor, un lecho
donde aprendiste pronto la sombra
del deseo, la juventud de un cuerpo
vencido como nave, la soledad
que el alma dejaba en otra frente.

Hubo como una música
saltando de los labios,
como una espina en sangre,
clavada a tu memoria.

Y hubo un amor,
un cáliz, una celeste huída
hacia donde los cuerpos
encontrarán el goce, o la creciente
y fija lentitud de la ofrenda.


       IMAGEN

Ves discurrir la tarde
con un manso silbido
de lágrima en los ojos,
de música sagrada
en cámaras vacías.
Estancias o dominio
y el perfume en el aire
de labios aleteando
por amor de las nubes,
al roce del deseo…
Su voz será la oscura
sequedad de los campos,
la lluvia o el silencio
que devuelve la frente;
su voz como la queja
inmóvil en los días,
os dejará un olvido
de rostro sin imagen.


           ESFINGE

Queda sólo en el aire tu figura brillando,
sabes que es joven y violenta hermosura
la corona… Al levantar el rostro
los ojos son más bellos
y arden por el amor, olvidan
la tristeza. Hay sonrisa en el labio,
danza el sino en tu alma, que la mueve.
Una sombra conforta la lentitud del día.
Espera, aguarda su regreso,
nuevo será el deseo, y la jornada
se ha de cumplir más cerca
cuando su voz te llame.


       AMANTE DE GACELA

En mitad del otoño, erguido,
un corazón respira el peso de su cuerpo.
Joven para el amor,
oculto por la niebla, ha mantenido el cáliz
inmóvil sobre el labio.
Moja el licor la herida, hierve el cielo
de una estancia nocturna,
donde otro cuerpo habita —desnudez
de los muros— y, susurrante,
el rostro se acerca hasta su alma.

Una gacela tiene
la lentitud del humo, si la caricia
pende como la flor de un árbol.
Una gacela ocupa la dolorosa tarde
cuando los ojos lloran…
Así amó y recompuso
el desenvuelto lecho
donde el placer anida.

Es soledad de astro,
abrazo como un río, es todo el Sur
clamando desde su diente blanco,
es sombra, o luz o claridad
de isla, es temeroso triunfo
cuando te besa o nube, o fruta
para morderla ardiente.

Una gacela tuvo la lentitud
del humo, dulce como este sueño
que dices en silencio;
Gózala, suelta lejos
las aves del deseo, vive su piel,
su hermosa cabellera de antorcha,
salta, hiere la curva suave
de una cadera blanda.
Has derramado sangre
sobre sus bellos hombros,
pero en tu muslo brilla
la misteriosa espuma.

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