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PABLO GARCÍA BAENA


        Las primeras referencias del grupo Cántico me las dio María Paz Battaner, que fue mi profesora de Literatura en el Bachillerato. Ella era entonces una mujer en plenitud, llena de energía y de imaginación. Gracias a su magisterio aprendí a amar la Literatura muy pronto, porque nos transmitía sus conocimientos, sus reflexiones, sus intuiciones, como quien entona una canción de amigo. Nunca he olvidado que mi devoción por las letras es, en buena parte, obra de una mujer y siempre que puedo le rindo homenaje, aunque ella no se entere de mi veneración por sus esfuerzos, ni sepa hasta qué punto fueron decisivas sus palabras en mi vida. Era ocurrente y heterodoxa y lo mismo me recomendaba la lectura de León Felipe, que la de Cernuda o Ferlosio... Así fue, con ese mismo aire de juego o de reto, cómo me propuso un día descubrir a unos escritores de Córdoba que formaron el grupo Cántico, y que editaron una importante revista con ese nombre. Yo seguía sus consejos sin ponerlos nunca en tela de juicio y me llevé un puñado de páginas con poemas de Ricardo Molina, de Pablo García Baena y de Juan Bernier. Allí empezó un deslumbramiento por estos poetas que aún me dura. Así fue cómo supe de Pablo García Baena, en una edad -los diecisiete años- en la que el mundo es umbral o preámbulo o antesala de paraíso.
       Tentado por las musas ya había pergeñado yo algunos versos y leído a muy buenos autores, pero seguía buscando con avidez esas otras voces mayores a las que resultaba imprescindible atender y aquel encuentro fue uno de los hitos inolvidables en mi etapa de formación. Esto ocurría en la Barcelona de principios de los setenta, de modo que a mi regreso al sur ya conocía yo algo de ese grupo de creadores andaluces que me habían abierto tantos horizontes. Y especialmente de Pablo García Baena, a quien leí antes que a los demás, y de forma más concienzuda, gracias también a la mediación del poeta José Ortega. ¿Cómo expresar la fascinación de aquellas otras tardes en el Carmen de Aynadamar, frente a la Alhambra, en las que me engolfaba en la lectura de los libros de Pablo hasta que se hacía de noche y las torres del palacio se coronaban de vencejos? ¿Cómo referir el impacto de aquella poesía nutricia, de aquel magma sabio, de aquel universo multívoco y sensual, de aquella


PRIMER RECUENTO

fastuosidad desconocida, de aquel dolorido sentir que yo entendía tan próximo a mi propio ideal, a mi sueño de poeta en ciernes?
        Un poco más tarde tuve acceso a sus Poemas 1946-1961, que editó el Ateneo de Málaga en 1975, al cuidado de Bernabé Fernández-Canivell y leí apasionadamente sus libros uno a uno, paladeando sus cascadas de imágenes, y aprendiendo en ellos esa nueva liturgia de la palabra que es exaltación, celebración, cántico, elegía, pero también adivinación, sugerencia, temblor íntimo, noche misteriosa del sentido... Algo después llegó a mis manos el estudio de Carnero, panorámico e imprescindible por madrugador pero ya mi fidelidad a la poética de Pablo García Baena se había consolidado y las noticias que a partir de entonces fui teniendo, no hicieron sino incrementar mi admiración en un crescendo que aún sigue vigente. Quizá por este hecho no me impactaron tanto los novísimos, salvo muy pocos nombres, porque lo que ofrecían como novedoso ya lo había descubierto en Pablo García Baena, por ejemplo, en aquel joven de Antiguo muchacho que recorría los países exóticos en "Bajo la dulce lámpara":

           Bajo la dulce lámpara,
           el dedo sobre el atlas entretenía al muchacho en ilusorios viajes
           y un turbador perfume de aventuras
           salpicaba de sangre el mar antiguo de los corsarios.
           Los galeones, como flotantes cofres de tesoros,
           eran abordados por las naos piratas
           y el yatagán, las dagas, los alfanjes se hundían en los cuerpos cobrizos
           y las manos violentas
           arrancaban la oreja donde el zafiro lucía como Vega en la noche.

Quizá mi espera "con un brillo de sonrisa en los labios / y la apagada lámpara en la mano" fuera de otro signo, pero también recorrí convencido aquellos mares de infantiles lecturas con una congoja semejante en el corazón... Pero no quiero anticiparme. Primero fue Rumor oculto (1946), un libro misceláneo que ofrecía sus frutos tempranos. En él se adelantaban los temas, motivos, formas y escenarios de mundos que luego vería consolidarse en próximas entregas. Para llegar a ese Rumor, el poeta ya había realizado sus recorridos experimentales, sus ejercicios previos en aquellos cuadernos manuscritos que componen su prehistoria lírica y que ilustraba su amigo Ginés Liébana. Alguno se conserva. De ellos rescataría alguna que otra composición para este libro inaugural.


RUMOR OCULTO

        Hay en Rumor oculto, aparte del homenaje a los clásicos desde Garcilaso a Góngora, pasando por la mística, un leve eco romántico y cierta proximidad simbolista, así como una presencia de Juan Ramón, de Cernuda, de Aleixandre, que luego ha estudiado la crítica de forma más amplia. Pero yo constataba, ya entonces, una voz alzándose con todo su poder, una voz que manifestaba su grandeza y que amaba la solemnidad de lo formal, la liturgia barroca, aunque también mostraba su intimismo y cierto recato tímido, muy de mi gusto. La biografía, los personajes reales protagonistas del hecho poético, el recuerdo punzante, la presencia aliada de la naturaleza y de la música, la sensorialidad, el cromatismo, la potencia metafórica, ponían de manifiesto el tránsito conflictivo hacia la conciencia amorosa, en un ambiente hostil, que asediaba la pureza del deseo. Los textos planteaban el enfrentamiento de un universo, del que se despide el poeta: el de la niñez sensitiva con el de un nuevo horizonte presentido, por el que clama este rumor que es elegía y llanto secreto y motivo de turbadora lucha interior. Uno de los poemas emblemáticos a este respecto es, sin duda alguna, el texto capital de "Tentación en el aire". Así lo hace constar la mayor parte de la crítica, así lo ve en su estudio de conjunto de la poesía española de postguerra Víctor García de la Concha cuando afirma que este libro supone "la constatación del adentramiento del poeta -"rodeado de hielos, engaños de mí mismo"- en el fastuoso panorama de la juventud. Entregada, sin lucha, la niñez -"deserté de las blancas banderas del ensueño, / para seguir, descalzo, tus huellas que manchaban"--, el hombre se posesiona, no sin nostalgia pero ávidamente, de un universo sensual:

           En silencio, callado, yo te entregué mi alma,a,
           aquella que había sido espada victoriosa,
           que había decapitado todas las tentaciones,
           a ti, mi ángel malo, te la entregué sin lucha,
           y tú con tu sonrisa -¡oh, tu sonrisa que hiere!-
           arrancaste de mí los altivos laureles
           y casi sin mirarlos, despreciaste a aquel
           que alargando la mano te los daba vencidos

        No, no "estamos, hablando en términos generales, de unos textos primerizos, ejercicios de virtuosismo, ensayos de metros y estrofas", como quiere Carnero. Yo entreví en este libro la voz cumplida de un poeta que ya demostraba estar en posesión de un lenguaje propio, original, atrevido, diferente, sobre todo en aquellos tiempos de los que hablamos. Una voz que se arropaba de correlatos y referentes bíblicos para inaugurar una poética que yo intuía más próxima al tembloroso mundo sacro de Gabriel Miró, incluso en los momentos de mayor teatralidad o de posible sobreactuación lírica.


PRIMER SUPLEMENTO DE CÁNTICO

        Dos años más tarde, en mayo de 1948, aparecía como segundo suplemento de Cántico, Mientras cantan los pájaros, que venía a corroborar las expectativas de Rumor oculto y a confirmar la consolidación plena de un poeta de voz ya muy sabia. En él se recogen textos de primera magnitud y de una audacia lírica indiscutible, tales como "Llanto de la hija de Jephté", "Oda a Gregorio Prieto", "Noche del vino", "Verónica" o "A solas con tu lámpara". Se trata de poemas bisémicos que recrean escenografías en las que el paroxismo sensitivo de los versículos, el ritmo lento y melancólico, el tono de elegía y la nominalización sirven de cauce para la expresión del deseo o la exploración en los laberintos de una sensibilidad interior herida por la propia fuerza de la pasión o el recuerdo de la indecisión biográfica... La naturaleza acude nuevamente al rito doloroso del sentir. Hay en muchos momentos como una atmósfera de sacrificio, en la que se implican las estaciones, las tardes, los crepúsculos, las plantas o los pájaros. La presión social recorta las alas del sueño y de la libertad individual,


DIBUJO DE GREGORIO PRIETO

por eso en muchos versos se adelanta la sensación ambigua de un combate perdido. Hay sangre y nostalgias, miedo y atrevimiento, en el asedio de aquello que se expresa veladamente, mediante rodeos alegó-ricos, mediante signos dispersos que dejan huellas del fragor, de la exacerbación sensitiva y que sugieren la intensa conmoción interior del poeta. Porque es mayor la sugerencia que la confesión y quizá por ello se acentúa el clima de intenso erotismo como si una extraña fiebre incendiara las palabras. El lenguaje acumulativo, los paralelismos, los símiles frecuentes, las metáforas delirantes, la fuerza simbólica, la constante personificación ponen de manifiesto la lucha por afirmar una carnalidad, manchada a veces por la presión intransigente que prohíbe su triunfo total o su conformación sin remordimiento.
        García Baena culmina la década de los cuarenta con su tercera entrega. En el prólogo a Lectivo (l983), donde se recogen sus escritos en prosa, el poeta Rafael León nos recuerda que Pablo había mandado al Premio "Adonais" de 1949 su Antiguo muchacho. El premio lo conseguiría esta vez Ricardo Molina con su Corimbo. Antiguo muchacho aparecería publicado en "Adonais" al año siguiente, en 1950. De algún modo la nueva obra cerraba un primer ciclo en su escritura. Así lo ha visto parte de la crítica. Guillermo Carnero señala, por ejemplo, que "este libro forma, con los dos anteriores, un a modo de primera época del poeta, centrada en las mismas obsesiones, a las que va dando progresivamente una forma cada vez más precisa y perfecta". Y así me lo parece a mí también: con este texto da la impresión de que el escritor afirma con más rotundidad el clima poético creado en los dos precedentes. Es como si su convicción poética se hubiera asentado con tal seguridad que ahora se permite una suerte de amplificatio formal y temática, dueño absoluto ya de unas claves precisas y de una madurez indiscutible. Quizá este hecho le permite conformar un volumen de absoluta cohesión interna y de una unidad que no se apreciaba tanto en las entregas anteriores. Así lo ve García de la Concha cuando defiende que "la nueva calidad de Antiguo muchacho radica en su construcción unitaria". Y así lo concreta, de igual modo, Luis Antonio de Villena, que ve en este libro un mundo poético "cerrado y múltiple".

TODO EL BOSQUE PERDIDO QUE ARDE EN TU MEMORIA  
        La infancia se recupera ahora desde la perspectiva nostálgica de esa anticipada madurez que es coronación de juventud, o juventud aún, en su más viva iridiscencia. Por ello se permite recrear los entornos de la niñez que, con tanta plasticidad, vivifica su lengua evocadora. Religiosidad infantil y cándida, sentido cíclico de la vida, oficios y labores de la Córdoba íntima, ya apuntados antes, cobran aquí valores más concisos. Se trata de fijar el marco para exponer el tránsito del antiguo muchacho al joven despierto ya de aquel sueño y consciente plenamente de la realidad y del deseo, territorios en los que penetra con una seguridad, ahora sí, plena y declarada. Este es el libro que marca el camino de su Damasco particular. El poeta se aleja así de aquel sueño puro de la niñez que ha mitificado desde distintos frentes y emprende el rumbo del adulto. Este rumbo nuevo se irá concretando, a lo largo del libro, en un permanente mirar hacia atrás desde un presente que ya es pórtico de la nueva aventura que la vida le ofrece. El ciclo se cumple encerrado entre dos bosques: el que se presenta como bosque simbólico del recuerdo, del poema inicial "Alma feliz" y el otro bosque que cierra el poema último, en el que el simbolismo es ahora el de la vida en toda su extensión. En "Alma feliz" leemos: 

           Vuelve bajo la luna floral de primavera
           a las tímidas huellas de dormidos senderos,
           y aspira en esa rosa melancólica y pura
           todo el bosque que arde perdido en tu memoria
           con sus rojas maderas incendiando los días.


Y es desde aquel "bosque que arde perdido en tu memoria", desde donde se alcanza ese otro, laberíntico, múltiple, que abre su simbolismo como rosa plural, como alegoría de la vida que ofrece sus luces y sus sombras. Bajo el palio de las copas del bosque, cada rincón esconde nuevos ofrecimientos, cada olor o chasquido o trino nuevos presentimientos de la existencia. Bosque de la vida por recorrer y del deseo y del amor y del odio y de la muerte, "porque es sólo la muerte quien puede libertarnos". Pero el poeta ahora es el caminante y su senda vital atraviesa ese inmenso bosque alegórico que es retablo a su vez, porque su verso no se conforma con el camino simple y metafísico y desnudo sino que pide la fantasmagoría total de los árboles que ofrecen las extrañas señales de su verde esbeltez en una delirante mudanza. Por eso se inclinan al paso del caminante o le ofrecen su música de ramas mecidas por el viento o le muestran el sitio de las fuentes que calman momentáneamente la sed o son espejo donde se asoma el rostro:


(GRIGORY MYASOYEDOV)  

       Pero hay que seguir caminando porque la vida es como un bosque.
       Un bosque donde sopla furioso un viento rojo
       que roe nuestras carnes,
       en esos días en que los árboles se doblan bajo huracanes de deseo
       y los cuerpos gimen en las madrugadas de insomnio
       bajo el dolor indescriptible de las caricias
       y hasta las mismas estrellas derraman gota a gota su misteriosa sensualidad.
       Y estos días teñidos con las ardientes flores del alazor también pasan.

        En medio de ambos bosques -el que abre y el que cierra el libro- el poeta, que regresa cansado, evocará al niño perdido y mítico de su Arcadia natal: "Decidme dónde tengo aquel niño con el cuello sujeto de bufandas / y la enorme mosca negra de la fiebre aleteando en mis sienes,"; el niño de antes, el antiguo muchacho cuyo martirio se hace necesario para la transmutación en el adulto, como se sugiere en el inquietante "Himno a los santos Acisclo y Victoria", en el que nuevamente propone su conflicto interior valiéndose de motivos religiosos, como en "El Corpus" o en "Las santas mujeres". Antiguo muchacho es, en fin, un tramo mágico en el que se cincelan las constantes definitorias de su mundo poético, tanto desde el punto de vista formal, cuanto en lo que se refiere a contenidos...


CRISTO DE LA MISERICORDIA. CÓRDOBA

        Es cierto que tanto en este libro, como en otros anteriores o posteriores el elemento religioso sirve de referente al mensaje poético y no es tan prioritario el contenido espiritualista como el sensual o amoroso que se sugiere. Pero tampoco puede rechazarse sistemáticamente este correlato o reducirse a simple escenografía prescindible. Recuerdo mi incredulidad cuando leía en Carnero: "Insisto en que estamos, como en otros casos, ante un pensamiento arreligioso. El poeta ha escogido un correlato que le permite asociar las ideas de infancia, pureza y muerte, al margen de cualquier implicación profunda con la religiosidad, en la que únicamente ve un arsenal de formas e imágenes de las que servirse". No lo podía aceptar. Cuando esa preferencia es tan reiterada por el poeta no puede dejar de ser significativa. La temprana lectura de la Biblia o el gusto por la sensualidad ornamental y litúrgica vividas de niño dejan huellas palpables que no pueden desdeñarse a la hora de cuantificar el protagonismo de lo religioso o lo espiritual. Yo he vivido en mi infancia una experiencia paralela y los ecos bíblicos o los referentes litúrgicos en mi propia experiencia poética no son simples comodines u ornamentos intercambiables: significan, importan, comunican, añaden propuestas. Por esta razón no he compartido nunca esa sistemática depuración de los contenidos religiosos a que se ha visto sometida la obra de García Baena por parte de la crítica. A este respecto me encantó confirmar mi sospecha en unas declaraciones del propio poeta a Jiménez Millán que se recogían en una entrevista publicada en el número 11 de la revista Fin de siglo. Reproduzco aquellas palabras del poeta por cuanto aclaran límites entre lo sagrado y lo profano en sus versos que habrá que tener en cuenta. Decía sobre este asunto Pablo: "Pienso que uno de mis maestros ha sido la Iglesia Católica, la liturgia. Desde pequeño he asistido a los actos normales en una ciudad de provincias: procesiones, oficios de Semana Santa, y todo aquel boato que entraba por los sentidos e indudablemente poseía una alta espiritualidad, desde niño hizo en mí una mella tremenda. Luego la lectura de la Biblia. Todo eso tiene una gran importancia en mi obra. Algunos han querido ver en ello solamente una corteza, para tratar los temas religiosos desde un punto de vista distinto; creo que no, que siempre existe un fondo espiritual, por mucho esplendor que se despliegue en capas pluviales, bordados, dalmáticas, algo mucho más profundo".


METAMORFOSIS DE NARCISO. (DALI)  

        Con Junio (1957) erotismo y naturaleza triunfan de forma más plena en su poética y de manera más desinhibida. Esta alianza propicia un libro de esplendente afirmación vital y de un hedonismo heredado de la tradición sensitiva arabigoandaluza. El gozo y el dolor alcanzan extremos líricos de una belleza que, a veces, nos corta el aliento. También en esta ocasión el texto posee una estructura más unitaria y la gran metáfora de junio que campea a lo largo de todo el libro, supone la asociación con el amor, la felicidad, la dicha cumplida del cuerpo y el triunfo de una carnalidad no exenta de sombras en algunos tramos, especialmente en el maravilloso poema de cierre, titulado "Narciso". Nueve poemas integran esta entrega. Todos giran en torno a núcleos temáticos con antecedentes en las obras previas, pero el umbral al que antes hacía alusión que significaba el poema "La vida es como un bosque", del libro anterior, se ha traspasado ya. Una nueva plenitud se produce ahora, si bien no se han roto los lazos con el universo recurrente marcado por la tríada previa. Así la naturaleza, la música, la Córdoba mítica y la proclamación amorosa vuelven a ser los cuatro pilares básicos sobre los que se sustenta el nuevo discurso de Junio. A ellos habría que añadir la evocación apasionada del sur, el paraíso voluptuoso y recobrado en "Casida". La cita de T. Gautier es luminosa y explícita al frente del mismo: "Las palmeras... Me parece que a su sombra no se puede ser desgraciado".
        Veo un paralelismo entre la atmósfera de este poema mayor y el texto del propio García Baena "Divagaciones sobre la Andalucía de Luis Cernuda", en donde trata de acotar el territorio romántico de la Andalucía personalísima del sevillano. Allí vuelve a aparecer el comentario que Gautier le inspira. Allí García Baena expresa en proyección de su propia lectura particular el significado de esta Arcadia romántica y total, tan en consonancia con el emblemático lema de Gabriel Miró, que preside el libro: "Es la felicidad la que tiene su olor, olor del mes de junio". El paralelismo no es casual. En las "Divagaciones..." apunta el poeta: "¿Qué buscaban y qué era Andalucía para los visitantes románticos? Es el propio Cernuda quien contesta: felicidad. Como el peregrino de amor de las leyendas árabes, como todo viajero en éxodo hacia países de luz y de pereza, buscaban "una salvaje libertad vital", "la realización de un sueño presentido". Y venían a buscarlo a un pueblo donde late, en frase de José María Izquierdo, "una ilusión de felicidad apenas confesada". Pero Gautier creía imposible ser desgraciado bajo la sombra de las palmeras. Y Chateaubriand nos dice: "Recorrí la antigua Bética donde los poetas habían situado la felicidad". El mismo Hércules, cuando se acerca a la blanca Gades, imagina "que un cielo de amores le sonríe"".
        La ambientación arabigoandaluza es de una belleza delirante y los tópicos aparecen renovados por la sangre de una expresión que otorga un brío sensual desconocido. Con razón esta poética de la pasión debió suponer un revulsivo desorientador para los componedores de versos de aquella época aciaga y para los críticos que efectuaron de ella una lectura cortical y miope... Pero Junio trae, finalmente, otras sombras, las que se perciben en el poema de cierre "Narciso". Estas sombras ahora son de duda y matizan la intensa monarquía del amor que ha triunfado a lo largo de todo el discurso. Esas otras sombras no son de amparo, como leíamos en "Bajo tu sombra, Junio..."del pórtico, sino que traen consigo la reflexión barroca del desengaño, con sus amargas consecuencias. Aquella ardentía, aquel fragor, aquella ebriedad, aquella imparable libertad de la dicha se tiñen ahora con los tonos oscuros que deja el desencanto. Eros y Tánatos se unen de nuevo:


EL SUEÑO DE ENDIMÓN. (GIRODET DE ROUCY TRIOSON)  

           Nacido de mí mismo, tu amor, como puñal en el estuche,
           acecha para libertar mi soledad,
           porque el amor tan sólo puede ser poseído por la muerte,
           y es inútil que los cuerpos se enlacen en un latido turbio,
           y las bocas levanten sus voraces hogueras,
           y las piernas sus ríos de vértigos estériles,
           y cuelguen las cabezas, como degolladas, sobre las bandejas de 
                  légamo de los cabellos,
           si la muerte no clava en la médula su cuchillo de espasmo.

        Al año siguiente, en 1958, ve la luz Óleo, publicado en la madrileña colección "Ágora". Se trata de un conjunto de once poemas que muestran una unidad mayor en los nueve primeros. Veo más lejanos los dos últimos. Se nota una tendencia por acortar el verso que predomina en todo el poemario, salvo alguna excepción como en "Nocturno". El libro zigzaguea entre el arrepentimiento y la nostalgia del goce, expresada más decididamente en poemarios precedentes. Así se van alternando textos que proclaman una sensualidad hedonista, no exenta de cierto desasosiego amargo de fondo, con otros en los que aflora un remordimiento de signo cristiano. No comparto para nada las conclusiones de Carnero sobre este libro cuando afirma que lo novedoso del mismo consiste en "la aparición de una religiosidad sombría y ortopédica, y de un arrepentimiento que me parece sólo una figura de la insatisfacción amorosa, favorecida por el tetricismo del poeta que en este libro alcanza la cota máxima de escepticismo y de cansancio". A mi modo de ver es mucho más ajustada la lectura de Calviño Iglesias, en su estudio antológico del grupo Cántico, cuando define esta entrega como "un poemario que fluctúa entre el pesimismo existencial, la visión panteísta, el agonismo entre paganismo hedonista/cristiano, y el recuerdo asociado a la nostalgia". Esa tensión agónica es evidente en muchos de los poemas, por ejemplo en "Cuando los mensajeros...", "Ceniza" o en "Día de la ira".
        Tal vez aquí se note más que estamos ante un libro de tránsito, en el que el poeta jadea en determinados tramos, pero en absoluto hasta el punto de ser concebido desde la órbita de "una ortodoxia católica postiza", como apunta el poeta novísimo. El título, de fuerte contenido simbólico, quizá sea revelador del estado espiritual agonista del escritor. Es un yo herido el que habla con la melancolía del desengaño. Desde esa vertiente tocan el corazón los versos que muestran el relumbre de la plegaria; ese tono de renuncia, de desprendimiento, de sacrificio interior, consigue cotas de un alto valor lírico. Tampoco comprendo a qué se refiere Carnero cuando afirma que Óleo supone "un intento no logrado de incursión en terreno extraño". No me parece que hayan cambiado tan sustancialmente las fórmulas como para llegar a esos extremos, ni que el agonismo manifiesto en este poemario tenga que ser de corte unamuniano. El temblor panteísta del autor cordobés entibia, endulza, cualquier amago radical de visceralidad:

        Otra vez tu ceniza llamando está en la puerta de mi frente
        con arrullo o con látigo,
        ahora que el deseo me asfixiaba en la sombra de su gran lirio negro,
        [...]
        Pero has llegado Tú, y aunque es primavera he de cerrar los ojos.
        no podré recordar ni siquiera estos días
        tibios y embriagadores como un vino vertido de turbadoras ánforas
        y de todo mi cuerpo ahuyentaré aquel vaho que me ahora,
        el humo sofocante de una mirada
        que arde con la llama azul de los espinos quemados en la sierra,
        cuando el pastor descansa su cabeza en el báculo.


PATRONA DE CÓRDOBA

        Óleo incluye poemas que se apartan del principal hilo conductor y que aplazan el discurso de contenido religioso o lo entonan variando de registro. Así ocurre, por ejemplo, con el célebre "Palacio del cinematógrafo", en el que la evocación amorosa revive emociones íntimas que el poeta transmite al hilo de los fotogramas que se entrecruzan como estampas fugaces a modo de contrapunto. Culmina el texto con "Cántico de los Santos en honor de Nuestra Señora de los Dolores de Córdoba". He visto que en otros lugares se prescinde de la acotación puntual cordobesa. La alabanza a la Virgen se abre como una grave letanía de exaltación a quien es Reina de los Ángeles, de los Patriarcas, de los Profetas, de los Apóstoles, de los Mártires, de los Confesores y "de todos los Santos y Santas del Señor"... Y tras este poemario se cierne un largo silencio. El poeta calla durante un largo periodo de más de una década. Preguntado por Francisco Ruiz Noguera sobre las razones de esos largos silencios, en la entrevista que mantiene para el número homenaje que le rinde la revista Renacimiento contesta: "Los motivos pueden ser distintos, mas late en el fondo un desacuerdo total conmigo mismo. Escribo empujado por las favorables circunstancias que han rodeado mi pequeña labor. El viento sopló benévolo sin que yo creyera en ella, en la poesía; por tanto, cualquier pretexto es aceptado para enmudecer. Esa falta de reconocimiento en aquellos días puede entrar también en la desgana. Como dice Canales, "no hay desesperanza mayor que la del agua a destiempo ofrecida""...
        Sólo a comienzos de los setenta publica Almoneda (1971), un breve conjunto que subtitula "Doce viejos sonetos de ocasión", aunque fueran trece. En él incluye el "Soneto a la Luna", rescatado de Rumor oculto, que aquí aparece tan sólo como "A la Luna". Constituye este breve libro una airosa muestra de su dominio de las formas y de la tradición clásica, en la que sobresalen ejemplos de una destreza innegable. La agilidad y la sorpresa salpican de emociones rítmicas este jardín, este breviario de homenajes de tan grato recuerdo, aunque el propio autor no tenga una opinión muy alta de los resultados, según confiesa al poeta Francisco Ruiz Noguera en la entrevista citada: En Almoneda -afirma- hay trece malos sonetos, por eso son de ocasión, como cualquier objeto de almoneda. El trece es un guiño cómplice para los supersticiosos".

        Óleo y Almoneda son los dos libros que aparecen en estos años críticos, años de cansancio espiritual y de olvido. Pasarán todavía algunos más hasta que aparezca, en 1978, Antes que el tiempo acabe, editado por Cultura Hispánica, en Madrid. El libro fue finalista del Premio Leopoldo Panero, en su convocatoria de 1976. Con él se alejan las sombras, tras una década de casi renuncia a la escritura. Con él se inicia una nueva etapa de esplendor en su poética. Orquestado en cuatro partes -El Amor, Las Ciudades, Los Poetas y Dios- supone una de las cimas de su producción lírica. Con razón Luis Antonio de Villena habla, en su introducción a la Poesía completa (1940-1980) que publica Visor en 1982, de "El nuevo Pablo García Baena", porque este libro trae un aire de resurgimiento y de espléndida sazón. Coincido con la mayor parte de sus comentaristas en preferir las dos primeras, especialmente la dedicada a la experiencia amorosa, en donde se alcanzan cotas máximas en lo que ha sido su trayectoria lírica hasta ese momento. Pasión, ironía, cotidianeidad, distanciamiento, crimen celeste, nostalgia, condena, soledad existencial, renuncia, expiación, orlados por un verso seguro y ceñido, que no olvida su cuño manierista y que de nuevo exhibe los mejores aciertos de su estilo, cuando nos transmite, desde la alegoría o la autocrítica implacable, las verdades sentidas y vividas de la propia experiencia:

            La mermelada duró más que el amor...
            no tendré que bajar ya por la confitura.
            Chillan los gorriones no informados:
            ¡Levantaos amantes que dormís las mañanas frías!
            Terminaron los desayunos para dos.
            Vuelve a tu duro pan de solitario.



CANCIÓN, CARNE, PERFUME.


        Suscribo plenamente el balance que de él traza Villena cuando apunta: "Estamos, pues, ante un libro redondo, melancólico, perfecto en la eficacia del propio estilo -que, por supuesto, no renuncia a las galas- y uno de los mejores libros nuevos que ha dado la primera generación de posguerra. Si podían caber dudas -que no-, Antes que el tiempo acabe las resuelve. Pablo García Baena es un notabilísimo y singular poeta. Con ese rigor tan deseable de quien, por encima de gustos, modas y capillas, ha sido sobre todo fiel, muy fiel, a su obra y a su vida: el verdadero secreto del vitalismo". Con razón defiende García Baena, al reflexionar sobre su experiencia creadora: "la poesía es la vida, la realidad convertida en un gran incendio; el acto poético del que tanto se habla es sólo reflejo de un conocimiento transfigurado que lleva a la cristalización de algo vivo, a la añoranza y a la pérdida de lo que fue gloria momentánea: canción, carne, perfume. La poesía no es más que un diario sinceramente riguroso y verdadero".


GUIRNALDAS DE OTOÑO. (GUIDEOT)

        En 1990 aparece su último libro hasta el presente; un libro que es ejemplo palmario de esa poética pasional en la que vida y poesía se dan cita en una obra mayor, de una magnitud incuestionable a todos los niveles: me refiero a Fieles guirnaldas fugitivas, editada en la colección "Rusadir" de Melilla. La década de los ochenta supone su consagración a gran escala: se publican anticipos de esta última entrega, o la nueva edición madrileña, en 1982, de su Poesía completa (1940-1980), con prólogo de Luis Antonio de Villena; le son otorgados premios de enorme prestigio, tales como el Príncipe de Asturias, "por su persistente actitud de independencia y por su influencia en las jóvenes generaciones", o el Internacional "Ciudad de Melilla"... García Baena consolida definitivamente su nombre como uno de los poetas incuestionables del último medio siglo y es leído y aclamado, sin distinción, por todos los sectores y escuelas de la poesía española. Se le rinden homenajes y se le dedican estudios y atención en los medios sin escatimarle un punto la gloria que le deben... Sin embargo el poeta sólo avanza, durante esta etapa, pocas muestras de su último trabajo... No obstante, cuando ve la luz Fieles guirnaldas fugitivas, vuelve a ofrecer otra lección impagable de ética y de estética: no se ha dejado tentar por el ruido del aplauso unánime, sino que ha sido fiel al íntimo reclamo de su compromiso como creador y nos regala un volumen que es actualización y recuento, no sólo de sus temas, obsesiones y mitos preferidos, sino además paradigma de rigor, de belleza y de elocuencia envidiables en el manejo del verso. De tres en tres va reuniendo las composiciones en guirnaldas, o salas diferentes para ofrecer la última hora de su obra, hasta componer el friso que, a mi modo de ver, mejor recoge su universo poético: libro constelado, plural y, al tiempo, paraíso cerrado de los desvelos y tormentas de su espíritu.


PABLO GARCÍA BAENA

        Once apartados conforman esta nueva panorámica de sus últimos versos. En ellos se entrecruzan los temas y motivos lejanos de su lírica con variantes más cosmopolitas y universalizadoras, que son testimonio de un virtuosismo nunca impostado y fruto de un estilo sabio, convincente, de una plasticidad turbadora y amenazante, difícilmente parangonable en nuestros días... Con ellos nos viene ese aluvión de belleza y verdad que nos deja inermes, mudos y nos convierte, irremisiblemente, en conversos de su causa: así sus homenajes indirectos, que se encarnan enescenografías transfiguradas por la memoria sensitiva; los ámbitos urbanos de la costa, donde tienen lugar los amores nocturnos y mercenarios; el tributo a los clásicos ante el desaliento de la literatura del presente; el enfrentamiento, una vez más, entre la pasión de la carne y la comezón de la censura o del remordimiento; la evocación de una Córdoba mítica y gongorina; la persistencia del arte, la pintura, la música, los objetos bellos y antiguos, convertidos en fetiches de la aventura vivida, la divinización de los cuerpos, mitologizados a través de prosopografías cercanas al canon grecolatino; la tragedia de un erotismo vivido como experiencia oscura, clandestina, o como drama falso; los ecos de la hiperestesia arabigoandaluza; el ceremonial de una nueva liturgia frívola y pagana; el enfrentamiento entre lo sacro y lo profano, a veces con ribetes sacrílegos; las amistades, el círculo íntimo que recupera la nostalgia a través escenas de la vida compartida, desde la anécdota de un paisaje, de un objeto, o de una vieja fotografía; el culturalismo exquisito en alternancia con la nota cotidianizante; el sentido homenaje a la juventud cómplice, que ha sido compañía nutricia; la ironía refrescante, el sarcasmo, al ritmo perfectísimo de los alejandrinos; las enumeraciones delirantes; el tono elegíaco, y tantos otros matices que sería prolijo añadir a una estética que se define por su hondura, por su pulcritud, por su alcance emotivo, por su vitalismo, por su tragedia... García Baena lo ha dicho: "El poeta no se sale de su biografía interior al contemplar los más sencillos actos de la vida y la muerte: el crecer de la hierba y el cuchillo del heno, la dulzura y la larva de los frutos, el vino caliente de Junio y su desesperación. Obra y vida inseparables como la columna que la hiedra entristece, solos y a solas con todo lo que amamos".

JOSÉ LUPIÁÑEZ
Conferencia en II Jornada sobre Crítica Literaria y Poesía.
Área de Cultura del Ayuntamiento de Málaga. 18 diciembre 1997



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