PLAYA DE AMÍLCAR

     Sí, conozco los mares y los océanos;
he surcado esas móviles plataformas azules
y he recibido el aire nuevo
al deslizarme en las noches sobre las cubiertas
de innumerables navíos que cortaban espumas.
Sí, los conozco, y he sentido que todas las estrellas
se precipitaban sobre mis ojos, atónitos,
como una cascada de luces imparables,
y que los ritmos de mi sangre iban marcando
idéntico un vaivén al de las olas.

   Pero nunca este mar -oídlo,
acercad vuestro oído a la ficticia
caracola de los versos-,
nunca este mar de llamas
que extiende aquí su lucha, su lamido feroz,
cuando sus cimas la grandeza evocan
de las gestas pasadas: playas de la memoria,
playas para el destino incierto de los sueños...

   ¿Qué dice tu latido hoy a esos cuerpos
que vuelven jadeantes de la espuma?
¿Qué rescoldo ha quedado
de las amargas noches de vigilia,
de los brillos furtivos de corazas y escudos,
del pavor que anidaba en las gargantas
de cuantos se aprestaban al combate?

   Hoy los veo cruzar la misma arena
que pisaban las plantas de los príncipes.
Aquí llegan, vencidos, vacilantes,
sordos a la sonaja del enigma,
de espaldas al rumor de la promesa.
Hoy, desde las Casa de los Pájaros
los veo venir por este santuario de los siglos
y alejarse, sin más, hacia el olvido,
hacia esa niebla espesa de la nada.


   UNA FÁBULA

          I

   Se dormía en la playa
sobre la arena húmeda,
en medio de la noche
que horadaban los brillos.
Se quedaba tendida
sobre la playa húmeda,
bajo el vientre de sal
de una barca olvidada...

        II

   Hasta sus pies desnudos
se acercaba la espuma,
y el frío de las aguas
-que aún quema en la memoria-
la sujetaba al mundo
y a su pavor de siglos.


        III

   Risas desde muy lejos
filtraban sus enigmas,
y amargas melodías
sus verdades punzantes.
En la opaca marea
de aquel miedo imprevisto
suspiraba el amor
bajo la comba oscura.


         IV

   Era la hermosa tumba
del amor bajo el cosmos,
girando a la deriva
por el negro universo,
navegando perdida
sin destino, sin suerte;
era el amor, no el tiempo,
su corazón antiguo,
sin rumbo, palpitando.


    NOCHE DE LAS SIRENAS

   Sombras por las esquinas de la noche,
luna roja de sangre, ojo colérico,
que desde el aguacero nos contempla.

   Noche de las sirenas, mar de invierno,
luces lejanas figurando astros,
lluvia en el rostro, pesadumbre amarga.

   Bajo los altos arcos de la niebla
pasan los catafalcos de los buques,
purpúreos y solemnes, silenciosos...


      ANTES DE PARTIR

   Contra las altas rocas bate el mar imprevisto
y vacilantes brumas recubren los perfiles
de las dársenas solitarias.
Las barcas abandonadas a su destino
flotan como signos,
como blancas ilusiones perdidas.
Junto al faro, el pescador
mantiene su interrogante sobre el agua,
a la espera de un último legado.

   Oh mundo de los puertos,
donde aún es posible soñar
con el viaje inminente.
Oh puertos remotos del mundo,
con vuestras grúas gigantes
como insectos desproporcionados,
donde todavía se reparten las rodajas
de la captura sangrienta;
donde aún es posible soñar
con el pañuelo al viento en la tarde
y las lágrimas que nos despiden,
que nos desdibujan.


          MAR PRÓXIMO

   Qué decir en la cresta de la noche infinita,
cuando una dulce brisa pone alivio en la frente
y sólo el sueño de otros te convida al desvelo.

   En la alta hora: ladridos y despojos,
y un rumor de palmeras agitando sus crenchas.

   En la alta hora, mientras caen más sordos
por el suelo los frutos y en ese mar,
que cifra su gemido conciso,
sigue la espuma fría meciendo a sus ahogados.



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