El
tiempo de los fuegos ha venido |
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dorando al fin la vida y
su sonaja, |
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los cuerpos desperezan del
letargo |
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al son de un gaytrinar
reconocido: |
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verano es ya, dejad esa
mortaja |
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que trajo el frío en su
corcel amargo. |
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La vida hasta muy largo |
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por el verano pasa, |
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abriendo al fin la casa |
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a la felicidad del blanco
día; |
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sacad el alma al sol, la
patria mía, |
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al claro misterioso |
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donde el amor espía |
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tus quejas y mis quejas,
receloso. |
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El mundo es héroe al sol,
su lumbre sueña |
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y el delirio nos viene con
la brisa; |
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busquemos una sombra junto
al río, |
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aquella que verdor mejor
enseña, |
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y hablemos sin temor ni
torpe prisa |
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de todo cuanto dicte el
albedrío; |
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demuestre así su brío |
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la voz que irrumpa ahora |
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y ofrezca sin demora, |
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al sabio son de azul
naturaleza, |
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la herida grande que en su
pecho empieza, |
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si fue de amor vencido |
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y no le opuso fuerza, |
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y así cayó en sus redes
detenido. |
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Pastores, pues, de versos
y de sueños |
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decid en esta orilla del
estío |
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esa verdad secreta que os
tienta, |
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pues sois de ella, legítimos,
los dueños. |
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Derrote la palabra al vano
hastío, |
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impere la pasión que no
se inventa; |
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la vida y su tormenta |
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de vuestros labios venga; |
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que nadie la detenga, |
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si muestra la razón del
sentimiento. |
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Cantadla así, por dar
contentamiento |
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a cuantos aquí estamos, |
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ajenos a otro viento |
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que al de este prado en
donde nos juntamos. |
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Verano es ya, lo dice el
sol que arde |
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derramando sus oros por el
mundo; |
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verano es ya para las
dulces quejas; |
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ved esa plenitud y con qué
alarde |
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nos muestra el tiempo, su
sazón, rotundo. |
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Dejad los viejos modos,
las consejas; |
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rompamos estas rejas |
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que encierran poderosas |
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las penas azarosas |
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que el pecho guarda con
avaros modos |
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y, ya que estío nos
brinda sus recodos, |
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vengamos a esta fiesta: |
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que la amistad de todos |
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incendie de palabras la
floresta. |
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Así Lupinio con su voz
buscaba |
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mover al canto a los demás
pastores |
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que junto a una fontana de
agua fría, |
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ajenos al fulgor que nunca
acaba, |
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tendidos descansaban y
entre flores. |
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La fronda de los árboles
cubría |
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del terco sol la umbría; |
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los pájaros del valle, |
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mecidos del ventalle, |
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trinaban locos su obsesión
precisa; |
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la tarde con el soplo de
la brisa |
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quedó como encantada |
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y fue que de esta guisa |
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Villenio habló de su
ilusión pasada: |
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