José Martín Recuerda (Granada 1922) vive en una casa frente al Mediterráneo en la costa tropical de Granada. Desde allí contempla un paisaje de privilegio y mira al mundo y ve los barcos lejanos al atardecer y ve su huerto en la ladera y mira al cielo como miraba Fray Luis, con una nostalgia parecida... Pero sin duda alguna la gran lección de su obra —una obra en marcha— una obra plena de vitalidad, de agresividad y de ternura ha sido esa «otra mirada» que ha practicado desde siempre al corazón de nuestro pueblo. Me refiero a esa sabía manera de buscar en nuestro paisaje interior, en lo más intimo y doloroso de nuestro ser hispánico las raíces de un drama que nos enfrenta al rito, al atavismo de las tradiciones que nos asisten y nos justifican o condenan como cultura.
Tal vez por esas razones su teatro resulta para algunos un acto de violencia, una liturgia barroca en la que sobresalen las descarnadas verdades de nuestra condición. Y acaso a otros les pueda perturbar la denuncia de las imposturas, de las deslealtades o la crítica de todo aquello que nos aleja de la felicidad… Pero, claro está, no es sólo eso: hay en su mirada sensitiva un compromiso y un imposible que laten permanentemente; por todo ello su teatro nos conmueve y nos deja pensativos. Y es que, al cabo, ese sueño que desencadena su dramaturgia es como una ingente celebración en la que no falta el presentimiento inquietante de que quizás nos vamos alejando de las firmes verdades que podrían redimirnos de tanta carencia.
En tardes sucesivas he visitado al creador y hemos compartido horas inolvidables de ingenio y de tertulia junto con su hermano Juan Martín Recuerda y Ángel Cobo y tantos escritores y artistas que suelen acudir a saludarlo con frecuencia. Su casa, repleta con los recuerdos de la mucha vida dedicada al teatro, es como un santuario afectivo en donde se dan cita carteles de los estrenos, fotografías de actores y actrices que encarnaron a sus personajes,

EN EL MONTE DE LOS ALMENDROS |
cuadros de pintores amigos, diplomas, reconocimientos, distinciones: toda una vida de lucha incesante por llevar a la escena la honda verdad dramática del hombre de nuestro tiempo, que él ha sabido transmitirnos desde la historia o desde la actualidad más acuciante.
Allí, en su casa del Monte de los Almendros, frente al mar de Alborán, en su casa que rezuma un gusto tan granadino, tan recoleto, he conversado mucho con el autor andaluz acerca de su teatro y de sus proyectos más inminentes y lo hemos hecho cuando aún tiemblan sus manos tras la intensa experiencia emotiva que le ha supuesto recrear, en la que por el momento es su última obra, el trágico final de la vi da de otro granadino universal: Ángel Ganivet.
UN AUTOR CRÍTICO E INCONFORMISTA
P.- Se ha escrito de Vd. que su obra nos transmite el perfil de un autor incómodo, inconformista, disidente, crítico; de un escritor que está por encima

GANIVET (HDEZ. QUERO) |
de las banderías religiosas o políticas y que se enfrenta sistemáticamente al poder. Si es esto así, ¿en qué fundamentos se cifra su disidencia?
R.- Yo siempre he querido reflejar la España que vivo. No he sido político nunca —en el sentido de militancia, claro está— y algo me ha pesado, no te creas, porque podría haberme implicado algo más en nuestra democracia; pero lo que me he impuesto por encima de todo ha sido profundizar en las realidades que he sentido más cerca, aquellas que arrancan de las raíces más profundas de lo hispánico, de lo autóctono, como quería Ganivet: ese es el camino que nos conduce hacia lo universal. De tal manera mi disidencia o mi inconformismo lo explicaría esa obsesión permanente por transmitir, a través del drama, el tiempo histórico, la realidad profunda de la España que me ha tocado vivir.
P.- Vd. ha sufrido campañas de difamación, persecuciones de la censura, denuncias de todo tipo y ha sido, por otra parte, galardonado con importantes premios nacionales e internacionales a su labor como director al frente del TEU, o ha recibido en dos ocasiones el Lope de Vega, como creador, entre otras muchas distinciones de renombre. Además se le confió la dirección de la única cátedra de drama que ha existido en la Universidad española, que se ha mantenido viva hasta que Vd. se retira de ella. Me refiero, claro está, a la Cátedra Juan del Enzina de la Universidad de Salamanca, al frente de la cual desarrolló una inestimable labor docente a lo largo de dieciséis años. ¿Hasta qué punto se siente reconciliado con el grado de reconocimiento que se le ha venido otorgando hasta el presente?

REEDICIÓN DE LA LLANURA |
R.- Yo he vivido y estrenado obras e impartido clases y charlas en muchos sitios y he recibido importantes distinciones en muchos países diferentes. No puedo quejarme del eco y de las repercusiones que mi teatro ha tenido y sigue teniendo en el presente, pero quizá lo que me ha faltado, de algún modo, es que la crítica supiera establecer comparaciones después de un análisis más profundo de las obras que hemos producido, tanto mis compañeros de generación como yo mismo. A veces esa crítica es demasiado superficial y esquemática y reproduce clichés establecidos con poco rigor. Quiero decir que cuando yo escribí
La llanura en 1947, por ejemplo, no tenía noticias de la existencia de Buero Vallejo. Él estrenó en 1949 su
Historia de una escalera y esa fecha se suele dar como arranque de un teatro realista, de un teatro de testimonio y denuncia, de un teatro crítico de corte existencial y el caso es que yo ya llevaba años engolfado en aquella trágica España de la postguerra...
P.- Forma Vd. parte de una generación que aparece en estudios y manuales con el epígrafe de «generación realista», término que Vd. ha rechazado en más de una ocasión y frente al que ha propuesto la alternativa de un «teatro iberista». A ese grupo pertenecerían, entre otros, Buero Vallejo, Alfonso Sastre, Carlos Muñiz, Rodríguez Méndez, Lauro Olmo, etc. ¿Podría decirse que ese iberismo se cifra en un tipo de drama bronco, violento; un teatro de manifiesta vena trágica que entronca, por otra parte, con una atávica tradición popular?
R.- Creo que mi teatro pone en juego registros diferentes. Cada cual es libre de interpretar las obras a su manera. Pero sí, es cierto, hay algo de eso y con frecuencia algunos actos de violencia se producen en mis obras sin que yo los tuviera previstos. Es como si mis personajes cobraran vida propia y, desde su autonomía, se expresaran con libertad y conformaran esos ritos, esas ceremonias dramáticas. Lo he escrito alguna vez: lo verdaderamente dramático es eso, «el estado de hallarse el hombre fuera de sí», como nos enseñó Nietzsche, y con el hombre muchos hombres.
LA ACTUALIDAD COMO TEMA Y LA ACTUALIDAD DE NUESTRO TEATRO
P.- Por lo general Vd. se inspira tanto en la historia, como en la tradición literaria o en la realidad de nuestro tiempo para su creación dramática, pero ¿hasta qué punto valora la actualidad en los temas que trata?
R.- Para mí es lo principal, puesto que cuando pase el tiempo será importantísimo, será esencial que me reconozcan como a un autor que interpretó y reflexionó cuanto supo y pudo sobre el momento que le tocó vivir. Es más, cuando escribo obras ambientadas en otras épocas de nuestra historia y me ocupo de personajes de otros siglos compruebo que, al mismo tiempo que una recreación histórica del pasado, se me convierten en parábolas o alegorías del presente: siempre se deja sentir la España de hoy. Mi historicismo no es de guardarropía, sino que siempre se encuentra encarnado, de un modo o de otro, en el presente; confundido con el tiempo en que sufro, sueño y vivo, que acaba siendo el gran impulsor de mi escritura.
P.- En lo que podría entenderse como su reflexión sobre nuestro teatro, dentro de la que se incluyen desde su tesis o diversos textos monográficos, hasta los numerosos artículos y las frecuentes intervenciones públicas, aparecen con insistencia palabras llenas de desaliento y de decepción cuando se ha referido más puntualmente al panorama de nuestro país. ¿Cree que ha cambiado en algo ese panorama en los últimos años?
R.- No. Me parece que siguen los mismos vicios. Mira: en un ciclo sobre teatro organizado por la Fundación Juan March, en Madrid, en julio de 1976, presenté una ponencia en donde expresaba mi caso personal por aquellas fechas, que de alguna manera puede ilustrar algo mi trayectoria y la razón de ese desaliento al que te refieres... (Se levanta y va en busca del libro que localiza inmediatamente). Decía entonces y mantengo ahora, con muy pocos matices nuevos, lo siguiente (y me lee de manera sentida): «Desde que empecé a escribir teatro jamás me propuse ser inconformista. Inconformista me hicieron los demás. Como todos o algunos saben he querido escribir siempre teatro español, sin símbolos, sin claves, sin abstracciones y demás zarandajas encubridoras sino de una manera directa, muy a la española, con un amplio y profundo sentido de lo ibérico no exento de violencia, rebelión, pasión, acción, crítica, burla,

MANUEL LUQUE, JOSÉ MARTÍN RECUERDA Y ROBERT LIMA (MARZO 1980). |
yéndome en busca de lo que pueda ser España. Este ha sido mi pecado. Pecado con expiación. Esa España que tanto me ha zarandeado, desconcertado, humillado y herido, hasta el punto de que, con todo ni dolor, he tenido que coger el avión en el aeropuerto de Barajas y huir, casi rabiando de mi país, como un perro apaleado por su amo, en busca de otros horizontes que me permitieran la creación dramática con entera libertad. He ido en busca de una libertad que poco tuve en mi tierra, para encontrarme, casi en el exilio, como una bestia marcada por la no libertad que un país extranjero nos pueda dar, por muy demócrata que este país sea. Me han echado de mi tierra a palos, por eso: por querer escribir teatro español; ese teatro que tiene sus raíces más hondas en nuestras crónicas y en nuestros poemas medievales, en
La Celestina, y llega hasta un martinete o una soleá de aquellas que cantaba Juan Breva o La Niña de los Peines...» (Cierra el libro y me sigue hablando entre resignado y rebelde): Pero, en fin, siguen los mismos vicios, siguen los mismos problemas: el embrutecimiento del público; el aburguesamiento de los autores, y la burguesía conduce a una placidez que es la muerte misma; la falta de una crítica sería; las mafias empresariales que acaparan subvenciones; la falta de preparación técnica de nuestros profesionales del teatro, con la consiguiente dificultad para formar equipos que puedan representar obras con dignidad en los escenarios. La propia Administración que ha obstaculizado la difusión de nuestro teatro más verdadero, atavismos, en suma, que venimos soportando y que estamos lejos de superar en estos momentos.
EL ACTO CREADOR

LA LLANURA Y EL CRISTO |
P.- Cuando pensamos en el Martín Recuerda dramaturgo inmediatamente nos viene a la mente una serie de títulos tan significativos como
El Cristo, La llanura, El teatrito de Don Ramón, Las Conversiones, El Engañao, Las arrecogías del Beaterio de Santa María Egipcíaca, Las salvajes en Puente San Gil, Como las secas cañas del camino y un largo etc.; sin embargo, desde su punto de vista ¿qué obras considera emblemáticas dentro de su producción?
R.- No sé decirte eso. Los gustos siempre son tan variados y las razones que justifican más unas obras que otras tan difíciles de fijar. Mi vida de teatro ha sido una

EDICIÓN EN ESCELICER |
búsqueda incesante. Cuando escribo me veo las manos que van a crear, luego consigo ver a los personajes en el escenario y finalmente, en un tercer momento, observo que cobran vida y que me hablan: ya están vivos y han ganado su independencia, su autonomía... Pero vuelvo a insistir, a pesar de que puedas tacharme de reiterativo: todo mi teatro sigue esa consigna ganivetiana y es que ahondando en la raíz del pueblo en que se vive, se llega a ser universal. Eso es lo que más me interesa y es lo que quiero que pueda reconocerse en los dramas que he escrito, con independencia de que unos puedan ser mejores que otros.

EDICIÓN EN ESCELICER |
P.- ¿Tiene algo de ritual la creación para Vd.? Sabemos que algunas de sus obras las ha gestado en momentos de intensa inestabilidad vital, en lugares distintos, en sitios incómodos, en tabernas, con las voces de los parroquianos de fondo...
R.- Eso es cierto, a veces mientras estaba en pleno proceso creador tenía que trasladarme a diferentes sitios por verdadera necesidad. Por ejemplo, cuando se me ocurrió escribir
El Cristo empecé en Madrid, luego me trasladé al palacio de los Calatravas de Almagro. Allí los frailes dominicos

EDICIÓN EN ESCELICER |
me dejaron una habitación junto al coro donde estaba el órgano, una mesa y una cama donde dormir, con una gran ventana por donde se veía una parte de Castilla. Más tarde me vine a Motril. En Motril me iba a una taberna próxima a la ermita de Las Angustias y allí escribía, ajeno por completo a los paisanos que bebían vino y hablaban de sus cosas, completamente sumido en mi mundo, sin percatarme apenas del griterío de los niños que se asomaban por la ventana y me señalaban y se reían como si yo fuera alguien muy raro, diciendo: «ahí está ese hombre que escribe»... He de decirte que siempre me gusta escribir a la caída de la tarde, con música, casi siempre música clásica.
P.- Llama la atención en sus obras el papel tan relevante que juegan los personajes femeninos. Vd. ha sido un gran creador de heroínas, de mujeres

EDICIÓN DE RUIZ RAMÓN |
rebeldes a través de las cuales ha dejado en la escena mucha protesta y muchos alegatos críticos contra la doble moral en nuestras jerarquías sociales ¿A qué se debe esa tendencia tan predominante de personajes femeninos en su teatro?
R.- Creo que en el escenario la mujer es más atrayente que el hombre, aunque en todas mis obras no es siempre la mujer la protagonista. Depende de la obra que surja martilleándome, por ejemplo:
El Engañao es una obra en la que, aunque sobresalen mujeres importantes, lo es más aún el «engañao», que es San Juan de Dios. Aclaro todo esto en una edición que se publicó en 1979 en la Universidad de Salamanca, titulada
Génesis de «El Engañao» (Versión dramática de la otra cara del Imperio).
P.- ¿Cuál es el recuerdo más antiguo que guarda en su memoria como

EDICIÓN DE MARTHA T. HALSEY Y ÁNGEL COBO |
arranque de lo que ha sido toda una vida de entrega apasionada al teatro?
R.- Hay algunos estudios que se ocupan de lo que podría entenderse como mi
prehistoria dramática. La primera obra que yo escribí se llamaba
El país de las tonterías. Yo tenía unos diez años cuando la compuse. Pero ahora recuerdo que antes de escribir esta obra hice
Los huerfanitos y La casa de las peleas, que representá-bamos un grupo de niños en el patio de una casa del pueblo de Víznar, en donde contábamos con nuestras familias como espectadores. También por aquellas fechas escribía poemas teatrales como
Don Saba, Jirones de vida y otros. Cuando tenía doce o trece años comencé a escribir novelas como
Angelita, Lucas Bahona, Esperando,
La idiota, etc, Hoy, tanto el teatro de aquel tiempo como las novelas han desaparecido. Ni siquiera sé dónde estarán.
EL MAR Y LA OBRA EN MARCHA
P.- ¿Qué importancia han tenido Motril, Salobreña y en general, la costa

EDICIÓN DE VELÁZQUEZ CUETO |
granadina en su vida y en su obra?
R.- Mucha. Quizá porque desde muchachillo venía, en vacaciones, a bañarme en el mar de la costa granadina y conocí aquí a muchas personas que me dejaron recuerdos inolvidables de su bondad y de su caridad. Además, la belleza de esta costa, por lo menos para mí, me emociona por cualquier parte que la mire. En la costa terminé algunas obras mías como
Las salvajes en Puente San Gil, El Cristo y Como las secas cañas del camino, estrenada, hace muy poco, por The Loose Change Theatre Company, de Londres. Para mí ha sido una gran alegría que una obra como esta, con acción en la costa granadina, se estrene en Londres y que los ingleses puedan apreciar la belleza de los personajes y la intensidad de las pasiones que viven, casi a la orilla del mar.
P.- Sorprende su incesante actividad y su continua dedicación a la creación de dramas. Sé que le rondan varios proyectos de lo más llamativo, pero ¿cuáles son los más inmediatos en materia de ediciones o de estrenos a la vista?
R.- Muchísimos, aunque el teatro es siempre muy traicionero y más en el tiempo en que vivimos, por muchas razones, quizá la más importante sea ese ambiente de desconcierto y desorientación que se palpa en nuestros días. Estoy llegando a una especie de nihilismo, sin embargo, por encima de todo cuando salgo al huerto de mi casa y veo el mar, el cielo las estrellas y las montañas, siempre le

EDICIÓN DE ÁNGEL COBO |
pido a Dios por todos los seres humanos que tanto están sufriendo, no sólo España, sino en la antigua Yugoslavia y en otras partes del mundo. Veremos si todos estos proyectos míos van saliendo adelante. Entre ellos hay un próximo estreno de la ópera —ojalá que sea pronto— sobre mi obra titulada
La Caramba en la iglesia de San Jerónimo el Real, con música de Antón García Abril y dirección de Emilio Sagi. La publicación de un tomo de obras mías en la Editorial Universal de Miami y otro con dos obras (Carteles rotos y
Amadís de Gaula) en una editorial de Granada. Quizá alguna otra publicación en México y algún estreno en Argentina.
P.- Lo granadino, lo andaluz, referido a paisajes, mitos o personajes ha sido con mucha frecuencia un elemento constitutivo de su teatro y ,al parecer, también

EDICIÓN DEL CAT |
en su última obra en la que se acerca de nuevo a otro autor granadino, cuando está próximo a cumplirse el centenario de su muerte. ¿Qué nos puede decir de todo esto?
R.- Acabo de terminar una obra titulada Los últimos días del Escultor de su alma. La creación de esta obra me ha hecho caer en un gran nerviosismo. He sufrido bastante haciéndola y aún, al terminarla, no se ha ido todavía de mí. No sé si porque ha sido la última que he escrito. No sé bien... Lo cierto es que el protagonista era granadino y murió de «manía persecutoria» estando en la ciudad de Riga. Allí se tiró desde un barco que iba por el río Dwina. En la obra se refleja, creo, el granadinismo y decadencia de España en la época de la pérdida de nuestras últimas colonias (1898), en contraste con la voracidad del Imperio ruso en momentos de decadencia zarista que preludian la gran Revolución rusa de 1917. ¡Cuántas esperanzas tengo en esta obra!
JOSÉ LUPIÁÑEZ
Semanario EL FARO
Motril, 1 abril 1995
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