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SAMUEL BECKETT

        El pasado 18 de febrero tuvo lugar en el Salón de Actos de la General la puesta en escena de la obra emblemática de Samuel Beckett Esperando a Godot, escrita en 1949 y estrenada por vez primera en 1953. Aquel estreno supuso entonces no sólo uno de los acontecimientos teatrales del siglo, sino también el descubrimiento de un autor silenciado, que había concebido su escritura como una propuesta llena de agresividad y de violencia destructora, al margen siempre de los intereses de los editores y de los gustos de la época. Su denuncia del sinsentido o del naufragio espiritual del hombre y su mensaje revolucionario y radical, contaban sólo con los antecedentes del teatro existencialista de Artaud o Genet y con el paralelismo de otro dramaturgo muy en su línea, el rumano Ionesco, autor de La cantante calva (1950), Las sillas (1951) o Rinoceronte (1958), con quien forma tándem junto con Arthur Adamov y otros autores posteriores como René de Obaldia o Weingarten en ese proceso de relevo del drama existencialista que desembocó, de forma frenética, en el llamado teatro del absurdo.


EDICIÓN INGLESA

        La representación en nuestra ciudad corrió a cargo del Grupo "Alquibla Teatro" de Murcia y fue acogida con interés creciente por el numeroso público que llenaba la sala. Los espectadores pasaron del desconcierto inicial que se leía en sus rostros a una progresiva identificación con el mensaje de desesperanza conformado en esa terrible metáfora del desamparo que supone Esperando a Godot. Y esto fue así hasta el punto de que se siguió con fruición el cúmulo de incidencias desconcertantes de unos personajes que son símbolos vivos de nuestras frustraciones y de la indefensión radical con la que Beckett nos concibe y concebía a aquella humanidad recién salida de la segunda gran guerra. Una hecatombe de escalofriantes resultados y de la que se olvida con frecuencia su balance de cincuenta millones de muertos.
        La puesta en escena nos permitió comprobar el profundo estudio que tanto de la obra cuanto de los personajes y del autor había realizado previamente el grupo. Resulta difícil superar lo que ya es un título que a fuer de representado ofrece a los actores casi un código interpretativo cerrado del que no es fácil alejarse. Sin embargo el grupo Alquibla supo, desde una fidelidad rigurosa al texto y una transmisión verdadera de su atmósfera y contenidos volver a dar vida a los inolvidables Vladimiro (José Antonio Sánchez), Estragón (Antonio M. M.) y a la pareja sadomasoquista compuesta por Pozzo (Alfredo Zamora) y Lucky (Juan Abellán); y no digamos al papel del Muchacho encarnado por la jovencísima y angelical Alba Saura, que con su tan precoz saber conquistó nuestros corazones.


ALL HIRSCHEFIELD

        El grupo murciano interpretó la obra con toda dignidad e hizo además gala de una dicción de los textos, una gestualidad y un dominio de la escena de incuestionable mérito. Y es más: frente a la ortodoxia interpretativa que lleva aparejada la pieza, ellos aportaron un matiz, un componente de mediterraneidad que guiñaba al espectador curtido. Nos referimos a esa silla de franjas azules y blancas; a esas noches casi celestes de luna redonda y estrellas lejanas que conseguían los juegos de luces y que nos daban la impresión de un cielo de Belén; o a ese referente lleno de ternura que traía a escena la pequeña Alba; además de a la expresión dramática convencida de su d¡mens¡ón de espectáculo, hecho asumido por la totalidad de los actores. Esos componentes matizan, a nuestro modo de ver, la dureza, la desnudez, la falta de concesiones, el vacío, en suma, con el que Beckett relaciona su drama, porque el suyo es un mundo oscuro, sin héroes ni momentos sublimes, sin divinidades ni grandes hechos y nada queda finalmente en él: todo es paisaje de la desolación, todo es vacío metafísico, nada permanece, “salvo residuos, desechos, escombros, el batacazo final”, como recuerda Richard Ellmann.
        Esperando a Godot, a pesar de la denuncia de estas verdades, ha sido una obra que triunfó y que ha seguido triunfando a lo largo de los años en sus numerosísimas interpretaciones. Irene Hernández Velasco comentaba en un artículo reciente —«Sobre títulos famosos y de cómo llegaron a serlo»— el enigmático origen de este Esperando a Godot, sobre el que, al parecer, Beckett no desveló nada de manera tajante, pero tampoco negó la teoría que asevera lo siguiente: ''un día el escritor, afincado en Francia, se detuvo ante un grupo de personas que observaban el paso del Tour. Beckett preguntó a alguien qué hacía toda esa gente ahí, y la respuesta que obtuvo fue: esperando a Godot. Resulta que el mayor y más lento de los ciclistas que participaban en la carrera se llamaba así: Godot”. Aunque a continuación recuerda otra tesis por la que se asevera que el nombre fue tomado de la calle Godot de Mauroy en la que el escritor esperaba en cierta ocasión un autobús cuando fue abordado por una prostituta que, al sentirse rechazada, le preguntó para quién se reservaba. “¿Esperas, acaso a Godot?, le increpó, refiriéndose al nombre de la calle. Beckett recordó el comentario de la prostituta y lo adoptó como título”. Un título que, al margen de la anécdota de su origen, hizo fortuna y que acabó por retratar con tanta eficacia el estado de conciencia de una Europa que salió destrozada espiritualmente después de trauma que supuso la segunda Guerra Mundial.


WILLIAM HUTT Y JORDAN PETTLE (2004)

        Fruto de aquel estado de conciencia, de aquella situación de derrota moral que entiende la desdicha y el absurdo como elementos dominantes de la vida del hombre, son los personajes de esta obra. Así se nos aparecen sus protagonistas: Vladimiro y Estragón, dos extraños individuos con aspecto de vagabundos, que aguardan la llegada de alguien desconocido que se llama Godot. Mientras tanto dialogaban en un lugar impreciso y misterioso. Ese diálogo es circular y no avanza. Se vive una situación en la que nada evoluciona ni se resuelve: todo es repetición de gestos y obsesiones. Se habla, se pasa el tiempo, se aguarda a un ser que no llega. En esta atmósfera de indefinición y de angustia Pozzo y Lucky (verdugo y esclavo) añaden más ambigüedad a la escena. Preguntas y respuestas se intercambian o se superponen sin que se produzca un atisbo de salida. Se anuncia que Godot no puede acudir, que quizá venga mañana. Pero tampoco ocurre esto; todos los días son iguales, tan iguales que se confunden en la rutina banal y sin objeto, en los movimientos sin éxito de los personajes. Dos hombres hablan de nada en concreto, y aguardan, esperan la ayuda, el ideal, el imposible, la revelación, a Dios… da igual lo que se espera: nunca llega, nunca vine la ayuda. ¿Es esta una parábola de nuestra propia vida? ¿Se nos recuerda aquí algo que quizá todos hemos sospechado alguna vez?
        A pesar del hermetismo y de la dificultad comunicativa que subyacen al


ROBIN JACQUES (RADIO TIMES)

estilo de Beckett y a pesar del modo en el que descoyunta expresiones y hace saltar por los aires los contenidos racionales para subrayar su verdad dramática, esta obra llegó al público que acogió con largos aplausos la rigurosa puesta en escena, llevada a cabo por este equipo de jóvenes actores. Tras la representación muchos espectadores permanecieron en la sala, en la que tuvo lugar un coloquio con los miembros casi al completo de la compañía quienes, en tono distendido, nos refirieron detalles sobre su


SAMUEL BECKETT

trayectoria de más de diez años como grupo estable, dedicado al teatro de forma totalmente profesional y quienes desvelaron aspectos de su trabajo de asimilación del autor y de su mundo, aportando anécdotas que permitieron ver el proceso de adaptación y los tanteos previos que les condujeron al resultado final. Y es que Beckett ofrece un juego inmenso para el actor con hambre de teatro y, a pesar de sus muchas exigencias lingüísticas, gestuales o de mensaje, deja también vía libre a través de una de su más excitantes virtudes: la de ser un rompedor, un provocador, un rebelde y nunca, como afirmaba en su edición Pablo Palant, “aquella especie de sedante literario que asegura un sueño feliz y reposado. ¡Es dinamita! La mejor dinamita avalada nunca por Alfred Nobel”.

JOSÉ LUPIÁÑEZ
Semanario EL FARO
Motril, 4 marzo 1995


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