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BEN JONSON


       Bajo la dirección de Gustavo Funes, el reciente grupo «Histrión Teatro» de Granada, que componen los actores Jorge Molina, Gema Matarraz, Nacho Ruiz y José Ramón Muñoz, se presentó en Motril el pasado jueves 10 de noviembre en el Coliseo Viñas. Traía consigo una versión libre de la célebre obra de Ben Jonson, Volpone o el zorro, acaso la más famosa de su repertorio literario. A pesar de las dificultades en la difusión del espectáculo el interés que despertó el mismo fue considerable, puesto que el patio de butacas se ocupó casi en sus tres cuartas partes. La verdad es que se agradece la bocanada de frescura que supone acudir a la representación y reencontrarse con los actores que son hombres y mujeres ¡vivos! sobre el escenario. El espectáculo lo merecía por varias razones, como tuvimos ocasión de comprobar muy pronto.
       El primer atractivo que servía, en este caso, como reclamo era el del autor: Ben Jonson, el inolvidable escritor inglés (1553-1637), creador de

entretenimientos y mascaradas, pero también poeta, polemista panfletario y sobre todo dramaturgo que compartió el tiempo de Shakespeare, con quien le veían sus contemporáneos discutir en la taberna de La Sirena, como dos vértices del teatro de su época; discusiones violentas en las que no faltaba nunca una botella de por medio. Este individuo que decía tener por vientre una montaña, presto a desnaturalizarse por cualquier interés, conservador y seguidor a ultranza de las viejas reglas, se oponía al teatro de Shakespeare con piezas concebidas en la más pura tradición de Plauto o Terencio. Sin embargo, entre sus obras, las comedias Epicena o la mujer silenciosa, El alquimista, La feria de San Bartolomé y, sobre todo, ésta Volpone o el zorro, le asegurarían un puesto más que justificado en aquel Londres elisabetiano, dominado por Shakespeare y su estilo (Beaumont, Dekker, Chapman). Pues bien, este pendenciero, grueso, borrachín y pagado de sí mismo, fanfarrón y vocinglero y escritor inolvidable era ya, de por sí, toda una tentación para

evocarlo como autor y comprobar su vigencia. Y ¿quién se sorprende?: ¡qué actual, qué vivo, qué sabio, qué nuevo Ben Jonson, gracias a la acertadísima versión de Funes y al trabajo encomiable de los actores!
       La segunda razón la aportaba la obra: Volpone, la comedia quizá más redonda y acabada de Jonson, en la que arremete contra los vicios que encarnan alegóricamente casi una treintena de personajes con nombres de animales como el zorro, el grajo, la mosca, el cuervo, etc. La versión de Funes ha quintaesenciado la pieza sin traicionar el espíritu de la misma. El resultado es una comedia fiel a su origen y,

sin embargo, nueva, actual, plena de dinamismo y de vértigo provocador. Cinco personajes le bastan a Gustavo Funes para transmitirnos el mensaje de Jonson, impregnado de los aires de la Comedia del Arte y con sombras y perfiles de la picaresca; cinco personajes conformados por cuatro actores, que asumen parlamentos de los demás en una feliz síntesis en la que sigue latiendo aquel afán imparable por escarnecer los defectos humanos en una sátira despiadada contra la avaricia, el interés, la envidia o la estulticia. Y todo ello a través de una acción trepidante, rica en comicidad y en hallazgos expresivos.
       Finalmente no podía obviarse la sorprendente puesta en escena y el trabajo acertadísimo de los actores, que interpretaron con agilidad sus papeles e hicieron gala de una correctísima dicción de los textos al par que dieron muestras más que evidentes de un dominio de la gestualidad y del ritmo dramático. Inolvidable a este respecto Jorge Molina en el papel de Volpone, expresivo, plástico en su matizadísima ejecutoria: casi una proyección de voluptuoso y avisado autor que lo creó como universal de la avaricia. O Nacho Ruiz en su zumba arlequinesca

dándole vida al personaje de Mosca (el verdadero artífice del enredo de intereses) con el que dejó constancia de una gracia y una elasticidad más que notables. O Miguel Caballero, una voz impostada y grave y un cuerpo encorvado que recorría el escenario dando testimonio de sus dotes de actor y de un nivel de profesionalidad fuera de lo común, lo que demostró al encarnar a Corvacco, el hijo de Volpone, ansioso de heredar a su padre, dando con ello pie al paradigma del cinismo y la ruindad de carácter. Los dos papeles femeninos de Úrsula y la Dama corrieron a cargo de Gema Matarranz, la actriz que gracias a su versatilidad y buen hacer logró engañar a medio auditorio. Ella sola encaró las dos personalidades en un alarde de saber escénico. Ella, en fin, fue la responsable de no pocas situaciones hilarantes que han de anotarse en el haber de sus virtudes y de su convincente manera de sentir y transmitir la magia del teatro.
       El público aplaudió la comedia y la entrañó. Esa atmósfera de aquiescencia general se vivía más tarde en los comentarios de cuantos la vieron. Nosotros nos quedamos un poco más para felicitar a los actores, con quienes nos marchamos para brindar por la madrugada y seguir hablando de sueños, de nombres y de dramas.

JOSÉ LUPIÁÑEZ
Semanario EL FARO
Motril, 9 diciembre 1995



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