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MANUEL MANTERO

     Es la de Manuel Mantero (Sevilla, 1920) una de las voces de la poesía española que ha apostado más decididamente por conjugar en su obra los valores tradicionales y comunitarios y un sentido permanente de la reinvención que supone novedad de contenidos y también de formas expresivas. Del mismo modo se unen en su escritura actitudes pasionales muy marcadas junto con otros trazos reflexivos que acercan su propuesta a lo que podría denominarse una poesía de la inteligencia. Además posee otras claves que la sitúan entre los valores particulares de la cultura autóctona, andaluza, del Sur, y aquella otra dimensión más universal que afecta al hombre de hoy, entendido de forma esencial, por encima de las fronteras de razas, ideologías o de otros reduccionismos. Brillante, inquisitiva, inteligente, llena de sensibilidad y de sorpresas, su palabra logra construir un discurso sabio que recorre la cotidianeidad, frecuenta nuestros signos de identidad, a veces con malicia y sarcasmo, o incide en el recuerdo para descifrar el presente.
     Su trayectoria como poeta, al margen de otras importantes vertientes como crítico, novelista o profesor, se inició en los años cincuenta con La carne antigua (1954), al que siguieron otros títulos: Mínimas del ciprés y los labios (1938), Tiempo del hombre (1960), que obtuvo el Premio Nacional Gustavo Adolfo Bécquer, La lámpara común (1962), Misa solemne (1966), reconocido al año siguiente con el Fasthenrath, Poemas exclusivos (1972), incluido en Poesía 1958-1971, Ya quiere amanecer (1975) y Memorias de Deucalión (1982). Recientemente acaba de ver la luz la, por ahora, última entrega del escritor sevillano: Fiesta (Canciones 1986-1994), Endymión, Madrid, 1995, tras un silencio prolongado de trece años. Esta larga década hace especialmente significativo el nuevo texto en el que se recogen las composiciones gestadas a lo largo de estos años de los ochenta y primeros noventa y vuelve a poner de actualidad el nombre de Manuel Mantero, uno de los autores mayores de una generación que ha seguido ejerciendo su magisterio sobre las promociones siguientes a pesar de los turbios intentos de silenciamiento o las ingratitudes de todo signo que la calidad de sus obras han puesto en evidencia.


FIESTA

     Fiesta es, a mi modo de ver, un libro que transparenta su largo proceso de escritura. Este hecho lo ha perfilado como un texto vario, depurado, cincelado en casi todas las composiciones que lo integran, muchas de las cuales son breves e intensas muestras de agilidad intelectual, que hacen gala de una agudeza deslumbrante y enormemente eficaz por su poder de calado. Meteoritos que dejan su huella en el lector, sus versos pintan mundos nuevos que surgen de la meticulosa observación y de un proceso de invención permanente: “tus senos en el alba / despertándose, irguiéndose, sostenidos tan sólo / por las venas celestes” (Pág.18). A veces esa constante de lo popular surge intermitentemente a lo largo del trazado poético, ubicando sus muestras en una precisa tradición cultural: “De besarte yo nunca / me cansaría. / Hasta entre beso y beso, te besaría” (Pág. 26). Otras despunta el sarcasmo (tan evidente en muchos de sus títulos) y lo hace de forma plena, punzadora, clarividente: “Siempre, en los tiempos lamentables, dan / el laurel al poeta lamentable” (Pág.43). Y otras más, se repliega sobre la reflexión metapoética, ofreciéndonos, en síntesis, las líneas básicas que conforman la propia estilística. Así del poema pide: “Que sea / como ese rostro súbito en la calle, / como ese rostro mágico / hacia el cual todos vuelven la cabeza.” (Pág. 48).
     Echo de menos al poeta más épico, de versos más solemnes, con aquella grandeza casi bíblica, de tan humana y honda. Aquí leo a un autor más escéptico, más sagaz, acaso más dolorido y rebelde en algunos tramos, a pesar de la metáfora global de la fiesta que pudiera encubrirlo. Claro que siguen vigentes los grandes temas que han jalonado sus libros: el amor, Dios, la propia biografía, la experiencia cotidiana, la creación, la inquietud constante por el destino del ser humano, la tradición literaria, etc., pero tal vez con nuevos encuadres, desde perspectivas distintas, o con aquellos ecos de los metafísicos ingleses.
     El amor y el recuerdo abrazan esta Fiesta, que lo es también de alarde técnico y de dominio palpable de la escritura. Gracias a lo cual se decantan con más nitidez los efectos plásticos que logra su pensamiento. Es éste un libro de precisión en el que se ha buscado prender las sensibilidades por otros caminos, aquellos que persiguen más grado de exigencia, mayor depuración, esencialidad, limpieza en el decir, contundencia, rotundidad, armonía. Y el amor y el recuerdo amparan, digo, a un corazón que medita sobre el hecho creador y que nos dispara sus dardos puntiagudos — ¿aquellos que el poeta llevaba clavados en el suyo propio?—, en una suerte de liberación por la ironía. Sin duda que los poemas que aquí se recogen son como ese rostro súbito hacía el cual todos volvemos la cabeza. El que no fuera así indicaría el grado de mendacidad al que hemos llegado.



JOSÉ LUPIÁÑEZ
Semanario EL FARO
Motril, 2 diciembre 1995


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