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PEDRO UGARTE

          Pedro Ugarte (Bilbao, 1963) es un joven autor por el que apuesta la recién creada editorial Bassarai. De hecho La isla de Komodo, el último libro del escritor, publicado en mayo pasado, hace el número tres de la serie de narrativa de esta interesante aventura editorial. Y digo lo de interesante porque las dos vertientes fundamentales de este proyecto se centran en una mayor atención a las periferias, para paliar el protagonismo cansino de los grandes núcleos y en una no menor sensibilidad hacia los autores jóvenes. A la vista de los resultados que ofrece esta entrega puede augurarse un futuro espléndido. Tanto el formato como el diseño gráfico o la concepción y calidad final del producto están estudiados y resueltos con imaginación y originalidad. Ojalá suponga una alternativa más a la rutinaria monodia de otras firmas que imponen desde los medios tantas obras menores. Por eso me parece importante saludar este nuevo proyecto, por lo que tiene de alternativa al viciado panorama de nuestra literatura actual.
          Estamos habituados a que atrevidos diseños encubran discursos muy endebles. No es éste el caso. Aquí la calidad de la obra está a la altura del mimo con el que los editores han cuidado de la edición. Por otra parte, Pedro Ugarte es un creador con cierta trayectoria literaria, lamentablemente poco conocida por este sur. Abogado-economista, ha ejercido el periodismo y la crítica literaria y ha escrito guiones para cine y televisión. Es también autor de dos libros de poemas: Incendios y Amenazas (1989) y El falso fugitivo (1991), además de haber publicado una serie de narrativa breve, integrada por los títulos: Los traficantes de palabras (1990), Noticias de tierras improbables (1992) y Manual para extranjeros (1993).


LA ISLA DE KOMODO

          He leído con placer La isla de Komodo. El título acoge siete relatos que son buena muestra de la madurez narrativa del escritor. Distintos entre sí se ofrecen, no obstante, como textos engarzados por un protagonista multívoco -Jorge- que narra en primera persona su aventura vital. Tras él se esconden facetas diferentes, reales o inventadas, del propio autor. No es que Jorge sea exactamente el mismo protagonista en los diversos episodios, pero sí es un modelo de héroe o antihéroe urbano que se ve envuelto en anecdóticos sucesos, los mismos que Ugarte sabe trascender para convertirlos en parte de su propuesta, esto es, en retablo de desventuras cotidianas a las que logra imprimir un cierto giro imprevisible; a veces misterioso, otras distorsionador y las más de ellas crítico o sarcástico. En suma, un personaje que siempre responde al nombre de Jorge o George da una cierta sensación de conjunto enmarcado, aunque cada historia responda a planteamientos y circunstancias poco coincidentes. A lo sumo esos lazos del entorno urbano-provinciano común, en el que bulle un coro de personajes arquetípicos, modelos sociales perfilados a golpe de ironía, que intervienen en la peripecia del protagonista: el editor de éxito conmocionado por un accidente; la pareja de ejecutivos hedonistas de alto nivel; la estudiante responsable, obsesionada por asegurarse profesionalmente un porvenir; la esposa que se marchita en la mediocre rutina del hogar; el pariente pescador que regala truchas como elemento de disuasión del matrimonio; el viejo y pícaro representante de una multinacional, etc.; y, en general, toda esa decoración de elementos de la vida cotidiana, objetos-símbolo de un estado material y espiritual: el teléfono, el fax, los filtros para piscinas, el maletín de piel, el paraguas, el pequeño utilitario, etc.; objetos-símbolo que cobran un extraño protagonismo en medio de una escenografía de pubs, oficinas, restaurantes, bares, empresas o bancos.
          Tras cierto recelo inicial con el primer episodio -"El secuestro"- el lector queda totalmente prendido con el segundo, probablemente el mejor de la serie que da título, por otra parte, al conjunto. En el relato que abre el ciclo, un Jorge escritor, con demasiada obra inédita, no desaprovecha la oportunidad que la vida le


PABLO GARCÍA

brinda para secuestrar a un editor de fama, haciéndose pasar por médico, tras un accidente de automóvil al que asiste como testigo. Un golpe de fortuna sirve a Jorge para mostrar orgulloso su presa -el empresario catalán Jaume Corbera, conmocionado por el shock- y pasearla por los clubes nocturnos con lo que, de paso, aprovecha para dejar noticia de la vida literaria en la ingente provincia y ensayar la humorada sobre las tertulias de los oscuros poetas y los rencorosos narradores de las ciudades lejanísimas. Por cierto que esta reticencia salpicará otras páginas más adelante. Pero decía que el segundo relato convence ya plenamente al lector. Es una pieza redonda en la que se dan cita dos mundos: el que representa el matrimonio Debelius y aquel otro en el que se mueven el Jorge narrador y su esposa Maite. Dos mundos en convivencia provisional que componen, con su enfrentamiento, una lúcida metáfora sobre la incomunicación (asunto de otro relato, el titulado "Teléfono de contacto"). El contraste de extremos acentúa la hilaridad y el encaje de elementos y motivos secundarios apuntala el resultado. Aquí la historia se tiñe de ironía sobre ciertos aspectos del erotismo a través de un sugerido quiasmo de las parejas o mediante una serie de guiños ecologistas en torno a cierto maletín hecho de piel de varano de Komodo. También hay reflexiones sobre la indefensión, la miseria espiritual y sobre la teatralización de los sentimientos. Es decir: el relato es rico en sustancia y ágil en su traza estilística.
          Pero no se persigue la reflexión moralizante. Lo que se impone es una suerte de meditación ingeniosa y lúdica sobre las situaciones y los conflictos, que linda con el absurdo o se acerca a veces a ciertos planteamientos surreales. Así por ejemplo ocurre en el relato "Las truchas", que por docenas y docenas regala el tío Germán al nuevo Jorge, marido ahora de Arantxa. Estos peces de agua dulce, aparentemente inofensivos, acabarán convirtiéndose en el elemento desencadenante de la ruptura del matrimonio. Otras muestras de la sabiduría narrativa de Ugarte aparecen en piezas como la titulada "Encuentro en Willendorf", relato boteresco e hiperbólico sobre una nueva pareja de obesos felices a los que Jorge, recién divorciado, sirve como cocinero. La comicidad y el sarcasmo hacen su agosto con semejantes protagonistas, exponentes del amor elefantiásico, del comer compulsivo y de la simpleza mental, aunque no faltos de una especie de ternura naïf.
          Racimos de frases con doble sentido, de sentencias y de pensamientos con voluntad de provocadora trascendencia, jalonan las historias. Semillas esparcidas en medio de la descripción sirven, las más de las veces como vehículo para el comentario jocoso. Esta me parece una de las características de estilo más llamativas. El lenguaje fluye con naturalidad y se repunta permanentemente con ese ejercicio dificilísimo del humor, de un humor inteligente y eficaz, dinamizador de la


GIL GAMUNDI

trama. Los finales truncos o abiertos ofrecen un haz de posibilidades interpretativas y propician un mayor grado de implicación del lector. Los per-sonajes se imponen, zaheridos, caricaturizados, pero siempre presentados con destreza, desde la inquietante perspecti-va del Jorge de turno.
          La vida en la periferia, en el seno de la sórdida provincia. La condena a un matrimonio sin brillo, la reclusión en la oficina para sobrevivir, la soledad, el paro, la rutina, el consumo, el mundo de las multinacionales, etc., son motivos que componen el decorado en el que se mueven estos personajes disparatados de La isla de Komodo. El relato final sigue dando muestras del excelente nivel narrativo mantenido en los anteriores ejemplos. "Filtros de amor", vuelve sobre el mundo de la empresa, una empresa fabricante de filtros para piscinas: "gracias a ese tipo de cosas uno comprende que lo ignora todo sobre el mundo, que en lugares muy lejanos debe correr el dinero a espuertas hasta tomar cuerpo en caprichosos aparatos como el nuestro y que la realidad, a fuerza de desconocida, acaba siendo peligrosa" (pág., 135). Allí entre compañeras de trabajo como Natalia, "ese tipo de chica introvertida, seria, de físico vulgar, que parece guardar en su interior un amor fanático y secreto dispuesto a desbordarse a la mínima oportunidad" (pág. 142) o el señor Dickinson, responsable de la central de Londres a quien Jorge recoge del aeropuerto, "un plácido anciano de traje gastado, cartera de cuero viejo y encantadora pajarita de dibujo escocés. Venía provisto de una tarjeta con su nombre prendida de la solapa, como si fuera uno de esos niños de seis años a los que introducen en un avión para que aprendan idiomas extranjeros a mil kilómetros de sus abuelas. Llevaba un sombrero de paja y unos terribles anteojos" (pág. 137). El salto habilísimo de unas situaciones a otras, con personajes como éstos, propicia un relato divertido y mordaz sobre el amor, y el acoso erótico, en esos ámbitos de lo empresarial, resuelto con una gracia innegable.
          En definitiva: siete textos que describen circunstancias llenas de audacia, narradas con socarronería y pericia. Estilo llano con momentos de verdadero alarde lingüístico. No se persigue la grandeza literaria del decir, sino esa otra complicidad de las historias concebidas al borde de lo inverosímil, que gustan de lo hiperbólico y que rondan la caricatura, a veces despiadada, de este tiempo en el que se han volatilizado los viejos sueños. Al menos en aquella isla que Ugarte nos propone, quedan todavía paisajes convincentes en donde tiene su sitio una literatura que responde a muchas interrogantes de la hora presente.

JOSÉ LUPIÁÑEZ
Semanario EL FARO
Motril, 17 septiembre 1996


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