DÍAS CELESTES

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Hay versos que guardaron la nostalgia
de hermosos cuerpos que abracé otro tiempo
y que aún avivan la memoria, inerme,
de muchos besos y de algunos nombres.

En otros aún resuenan las semillas,
las cuentas del azar que fue mi vida
y dejan sus sonidos en la mente,
las huellas de aquel paso de la gloria.

Palabras son, pero que así me llevan
de nuevo hasta tus manos o tus labios,
de nuevo a tu cintura en donde siguen
mis sueños aferrándose, ya en vano...

Sonajas venturosas de los versos:
vibrad ahora y espantad la cuitas;
traedme hasta esta esquina de mi casa
el sol, el son de aquellos días celestes.


      PENDIENTE DEL AMOR

Yo rodaba a tu suerte por la ladera abajo,
éramos un ovillo, una hoguera encendida;
dos cuerpos que rodaban desnudos hacia el valle,
carne fresca y elástica que el amor había herido.

Recuerdo que las risas no nos importunaban,
ni las zarzas que ansiaban dejar huella en tu muslo.
No importaba la luna, monedita de plata,
ni el cri cri de la noche con mil grillos despiertos.

Yo te amaba a mis anchas, porque así lo pedías,
eras dona en su juego, danzarina imprevista;
carne prieta y rotunda que abrasaba mis manos
o, de pronto, tigresa con sombras a la espalda.

"Ven aquí", te decía navegando en tu hondura.
"Ven aquí", cuando tu alma me mordía en la boca.
"Estos brazos tan bellos no podrán retenerme"
y más firme ceñías contra mí tus caderas...

En la noche de agosto, cuando Virgo es quien rige
dos cuerpos enlazados la floresta perfuma...
Arriba las ruinas son emblema emisario
de un amor que se sueña ser eterno en el tiempo.


           MARIE CLAIRE

Una noche en París me raptó Marie Claire;
me tomó de la mano, me llevó a su mansión,
me tendió sobre un lecho, se quitó el camisón
y mostró sus encantos, que eran dignos de ver.

Derramó sus oscuros cabellos sobre mí
y abrazó bien mi vida, que no vale un real.
Se ofreció sin reservas, turbadora, ideal
y apretó entre sus muslos mi liviano existir.

Oh sultana divina, qué pasión, qué placer
galopar sobre un cuerpo de tan firme esplendor;
oh amazona de un cuento, tú sí sabes de amor,
de ese amor que nos hace invencibles, tal vez.

Hoy me acuerdo del triunfo de Les Champs Elysée
y del Sena y tus labios, de tu olor de azahar,
y me pongo muy triste, y me pongo a pensar
en un lecho, una noche de París, Marie Claire.


THERE SHE GOES...

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Mi amor va a la deriva como un barco sin rumbo;
su corazón heridas, sin par, lleva marcadas...
Mi amor se va alejando de sus horas gastadas
y alivio busca sola por los puertos del mundo.

Qué estela tan amarga va dejando en mi vida
su celeste congoja, que curar quise en vano;
no pude retenerla, se soltó de mi mano
y a su destino corre, sin que yo se lo impida.

"Matamos lo que amamos", le recordé algún hora;
"no hieras con tu daga mi pobre pecho inerme",
pero siguió en su lance, queriendo o sin quererme,
hasta romperme el alma, por donde sufre agora.

Adiós, amor, le ha dicho mi corazón maltrecho;
adiós, aguardan tiempos de oscuro desconsuelo:
tú te marchas y, airosa, ya has levantado el vuelo,
yo me quedo escondiendo esta herida en mi pecho.


     SAETA CON AVISO

        Por los aires
        sombríos
        de la noche
        de octubre
        va mi dolor
        volando
        hacia ti,
        sin consuelo.
        Atraviesa
        las nubes,
        dice adiós
        a los pájaros,
        y es a tu corazón
        a donde apunta
        su queja
        sagitaria.
        Va hasta
        tu corazón,
        distante
        y sordo...
        Un corazón
        que hoy late
        lejos,
        con sangre
        de otros
        fuegos.


          BALNEARIO

Soñando va la tarde en su divisa
y azul la vida marcha hacia el ocaso.
(Acuden siempre pájaros los jueves).

Dolor, es un decir, no siento mucho,
ni nada que al dolor se le asemeje.
(Me gustan los colores de tus guantes).

Muy cerca de Ajijíc te recordaba
y tú tumbada al sol de la injusticia...
(Me acaba de morder otra serpiente).

No atino con el mundo, se me olvida
que llevo el corazón algo atrasado.
(¿No estoy cuando me llamas? ¡Qué fastidio!).

No busques nunca alivio, te suplico,
en el oscuro fondo de unos ojos.
(Le enseño a disparar desde hace meses).

Ni vengas hasta el filo de la nada
que ha cortado los puentes entre ambos.
(Me voy, adiós; regresaré muy tarde).


ESTAMPAS FUGITIVAS

Las tardes
infiltrándose en la vida.
Estampas fugitivas
de las tardes,
con mujeres tejiendo
redes de oro
y niños que luchaban
bajo los arcos.
Al aire un laberinto
de pregones lejanos.
La paz, la vigilancia,
rotas por tantas voces.
También la libertad
por puertos escondidos:
juegos, risas, premuras;
las ramas jubilosas
del árbol de la vida
de par en par abriendo
sus vagos paraísos.
También la libertad,
su sueño, su mudanza.

Tardes, tardes de siempre,
tardes de contraseña.


TORRE DE LA CIGÜEÑAS

Suena la hora
de las torres que sueñan
el tiempo de los puertos.

Un azul de infinito
da su temblor al juego
y hay que observar quién pasa
de este lado o del otro.

Arriba las cigüeñas
hunden sus picos rojos
en el aire que viene
de las blancas salinas,
que nos llega del mar,
de la memoria...

Alguien oscila
bajo los soportales...
"Te he visto, no te escondas"
-mano sobre pared-,
"te he visto y estás muerto".


        JUEGOS

Esquina de una calle,
las cinco suenan
en las torres que inventan
la hora clara y marina.

Los barcos cabecean
en el puerto remoto...
Las gaviotas trazan
sus signos invisibles
y ya duele la vida
dentro. Su color.
Su misterio.


       LADRIDOS

Claroscuros, ponientes,
la piedra en el cristal,
hondero que huye.
Perros que lo persiguen,
como la vida a veces,
mordiendo en los talones.


       EL PUENTE

Puente para el desvelo,
por el que aún se esconden,
con las sombras primeras,
pescadores vencidos, sombras
que lanzan su liana invisible
al agua originaria;
al curso oscuro,
en el que dejan brillos
las livianas estrellas.


         LONJAS

Algunos días, al comenzar otoño,
llegabas paseando hasta las rocas.
El puerto siempre entretenía la búsqueda
o los barcos meciéndose,
aferrados a este lado del mundo.
Hacia el fondo las grúas, las viejas grúas,
-descarnadas torres-
dejaban su pregunta geométrica
en el azul del cielo de la tarde...
Al oscurecer abrían las lonjas
su tapiz de capturas: voces, gritos, porfías;
olor a mar y sangre en tu vestido...


    LA VENTANA

Mirar la vida, verla
pasar con su cortejo
y sentir su perfume
de promesas efímeras.
Mirar los rostros
de los seres que cruzan:
perfiles dolorosos,
cabezas torturadas
bajo la lluvia.
Contar los pasos
de esos hombres errantes,
que salen de la oscura
taberna.
Perros que ladran
como las almas.
Gotas en el cristal,
vaho de signos.
Por allí se han perdido
los carros con su queja.
A lo lejos se encienden
las hogueras azules
y yo vuelvo a la página
de mi libro entreabierto.


TERRITORIO DEL SUEÑO

Marfil el sueño,
la ciudad en sombra.
Los puentes bajo el brillo
de los astros.

Brisa del mar,
palmeras oscilantes.
Terca luna girando
por las vagas techumbres.

Brumas y espejos,
sinrazón de pasos.
Amor furtivo,
esquinas azarosas.

Mejor la noche
y su latido antiguo
de signos temblorosos
como lágrimas.


       A FERNANDO DE HERRERA

                     l´umida noche i yo de dolor lleno
                                
FERNANDO DE HERRERA

Ese dolor abstracto de Fernando de Herrera,
petrarquista y platónico y, por fuerza, divino;
ese dolor oscuro que a sus versos convino,
lo concibió, arrogante, el genio de otra Era.

Es un dolor que crece, que avanza en su destino
y asedia los sentidos con el hielo y el fuego;
es un dolor amargo o es un amargo juego:
hipérbole del hombre perdido en el camino.

Yo he leído en sus versos tan vivo aquel tormento,
por causa de una Estrella d´Amor que lo turbaba;
y lo hallaba en sus mitos y en la queja sangrante,

que admiré la rareza de su sordo lamento:
ese crujir del alma que su pluma pintaba,
ese morir despacio, de un dolor tan fragante.


      RONDA DEL DESENGAÑO

De nuevo, amarga, su lección la vida
me deja, sin aviso, en el camino;
de nuevo este dolor como destino,
que enciende el hondo fuego de la herida.

De nuevo la conciencia ensombrecida
por los estragos de mi desatino;
de nuevo este dolor, este cansino
desvivirse sin causa ni medida.

Naufragó la ilusión en negra ola,
se perdieron sus brillos de repente
y ya alienta la nada que desola.

El fuego se ha apagado lentamente
y un frío recorre sordo el alma sola:
ya no quiero vivir, sencillamente.


          SAN SILVESTRE

Yo que soy hipotenso, tristón y depresivo,
bebo café sin tasa en tazas gigantescas,
fumo y pienso y contemplo formas de humo grotescas,
al tiempo que una lágrima anuncia que estoy vivo...

Pero, amiga, ya es Fin de Año y las carnavalescas
horas de San Silvestre endulzan los corazones.
Por doquier hay sonrisas y cantos y emociones,
y los rostros alumbran muecas muy pintorescas.

Ven, inventemos también un futuro y, radiantes,
sonriamos desde dentro, desde el alma profunda;
el tiempo nos apremia: hay que soñar y soñar...

Mira el café: dibuja con sus posos qué instantes
a los dos nos aguardan en la hora jocunda...
Por eso hay que soñar, amiga, y amar, amar...


             EL RETORNO

Es la hora del regreso:
el camino que verde desafiaba a la tarde
habrás de desandar en esta hora nocturna.
Te alumbrarán las débiles luciérnagas
y las cumbres lejanas vigilarán tus pasos.
Las mismas ramas, aún cuajadas de trinos,
te saldrán al encuentro.

Ya encienden las aldeas
sus hogueras profanas.
Arden al fuego carnes con aroma
y cunde el vino rojo en las tabernas.

Tú vuelves de aquel bosque
con los haces de leña sobre el hombro
y ese gozque que mordisquea los talones.
Nada más traes contigo,
las manos con heridas recientes,
el corazón con las antiguas.


JAMÁS LA VIDA BREVE

Jamás la vida breve
abrió para tus plantas
sus hojas grandes,
ni sus rojas flores;
ni derramó en tus días
sus perfumes extraños.
Jamás te dio una luz,
una esperanza de alas,
ni te llevó hasta aquellas
heredades ignotas
en las que el mundo adquiere
rostros desconocidos.

No te dieron talentos
en el torvo reparto,
cuando las manos, juntas,
suplicaban al amo.
Algunos consiguieron
llenarlas de promesa,
pero tú regresabas
con las tuyas vacías.

Por eso ahora retornas
a la casa sin alma,
vacía como tus manos,
a esperar que el destino
te confunda en su niebla.


                GUERRA

Llueve sobre las calaveras de los muertos
que, sin saberlo, abonan estas dulces laderas,
bajo la inmensa noche acribillada.
Todavía muchos cuerpos desprenden
el vaho amargo de las vidas tronchadas.
Tamborilea el agua sobre cráneos vacíos
que hace poco pensaron amar o defenderse.
Ya las cuencas oscuras no pueden ver el mundo
ni los sangrientos resplandores lejanos,
sobre aquellas colinas...
La noche se ha inundado de muertos.
En las trincheras castañetean mandíbulas
y ametralladoras... Algunas botas pisan tibias.


        SIERRA NEVADA

He vuelto a la blancura dolorosa
de las amadas cumbres,
que guardaron con celo
los días de la lejana juventud.
Aquellas blancas cimas que escondían
el milagro indeciso de un tiempo
al que, en vano, persiguen mis palabras.

Porque entonces la vida era esconderse
entre las blancas cotas de un milagro infinito
y respirar el raro perfume de las cosas,
en el reino sin nombre de las nieves efímeras.
Y era sentir un mar de olas silbantes
agitando las frágiles telas del corazón:
la libertad, esa bandera, ese destino
que ha soñado el insecto de fabulosos élitros,
encerrado por la mano gigante
en la pequeña caja de nácar...
La libertad, su frescor en el rostro;
la libertad al amparo de la inmensa oca blanca.

Hoy contemplo estas crestas
que fueron las almenas de la infancia remota.
He seguido las huellas
que dejaron mis plantas en la nieve
y aspiro el aire ígneo
donde aún vibra, misterioso y dorado, el pólen
de las dudas de antaño.
Nada ya se parece a la vieja quimera,
tan sólo la nostalgia aviva el espejismo.

Aquí en la cúspide,
esquivo los puñales del frío
y veo pasar las nubes hacia el ocaso hambriento.
Ya nada permanece sino este frío que alumbra
este gélido aliento de un titán dormitando.
Aquí en la cúspide, miro hacia esos confines
por donde se han perdido los días azarosos
y las noches de fiesta con estrellas por techo,
con estrellas errantes...

A mis pies ya el armiño, pues volar no es posible,
y la blanca locura de la nieve en el rostro.


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