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JOAQUÍN PÉREZ PRADOS

        He compartido con Joaquín Pérez Prados, sobre todo, veranos. Veranos de amistad, de paseos, de tertulias y de competiciones junto al mar. Veranos de los ochenta, en los que yo frecuentaba Motril para pasar unos días con el editor Antonio Ubago, con Encarnita -su esposa; hermana de Joaquín- y las hijas de ambos. No sé si la nostalgia de aquellos años de plenitud endulza el recuerdo del tiempo ido, pero fue entonces cuando empecé a tomar contacto con este territorio que a mí me gusta llamar metafísico, en el que, años más tarde, vine a afincar mi vida. Ellos fueron mis valedores entonces y quienes influyeron en mí para que fuera poco a poco entrañando cada vez más este paisaje.
        Días espléndidos aquellos de sol, de frutas de sabor mítico, de familias que tomaban las playas y se asentaban junto al mar en un mundo de carpas, casetas y promiscuidades inolvidables. Al atardecer y tras la jornada de baños, corríamos juntos desde las Explanadas hasta el espigón del puerto y, desde allí, regresábamos de nuevo a la ciudad con nuestra charla entrecortada por el sofoco de la marcha. Las noches coronaban los días con su temperatura lasciva. En ellas disfrutábamos de la conversación amena hasta altas horas, en la casa, o en las terrazas de los locales de moda y lugares de copas de mayor animación. Era una dicha degustar un helado o paladear un combinado del exquisito ron de caña de la zona, mientras divagábamos sobre las últimas lecturas o trenzábamos proyectos en un ambiente siempre cálido y grato, de verdadera camaradería.

MOTRIL (HORIZONTE). ACUARELA DE SILVIA ABARCA
       Por entonces Joaquín sólo había publicado un libro de versos que tituló Poemas cotidianos ( 1979), así que yo lo hacía poeta y no pensé que fuera a abandonar el género. Pero muy pronto dejó a un lado la lírica para darnos a conocer la inquietud del prosista que punzaba en él con mayor brío y que ha venido cultivando desde entonces de manera más decidida. Lo he dicho en otros lugares: su obra alterna la evocación costumbrista de su entorno natal con la vocación del narrador de historias, siempre relacionadas, de un modo o de otro, con ese territorio propio, que es el verdadero generador de su mundo narrativo, algo así como su Macondo particular. De esta manera ha ido alternando sus libros de crónicas fabuladas sobre las tradiciones de sus gentes, junto con sus ficciones y novelas, que no abandonan del todo el testimonio de esos mismos héroes o la realidad de su cuna. Así entreteje anécdotas y fábulas, datos históricos y noticias curiosas, costumbres y tradiciones, algunas ya vivas tan sólo en la memoria de los mayores o rescatadas del olvido en las páginas de sus libros...   

LOS LIBROS y LOS DÍAS


Portada En el Balneario


       Sin pausa fueron sucediéndose sus distintas entregas: los "relatos casi heroicos" de Alborán (1987), textos diversos entre el cuento y la crónica, que dan repaso a las viejas costumbres y a las tradiciones conformadoras del carácter de sus gentes. Desde el rescate de sucesos históricos, la descripción periodística o la recreación literaria compone su particular retablo mítico que, por encima de todo, es homenaje sentido a su entorno vital: la costa granadina y las gentes que le imprimen su alma. Justo en esa órbita mitificadora habría que incluir su relato Las andanzas de Leoncio Pangallo en el Nuevo Mundo (1990), con el que se inicia su ciclo novelístico. En esta primera muestra se anticipan ya algunos de los perfiles de su narrativa: protagonismo de su tierra natal; apoyatura histórica; cierto exotismo; posición hegemónica de un personaje central, sobre quien se fundamenta el relato; estilo llano, directo, parco, un punto a veces naïf, etc.
       A Las andanzas, siguieron otras, pero en este caso las del propio autor que con La plaza del olvido (1992) rememoraba sus lances universitarios y su experiencia catalana. Luego vino otra historia de maquis y de perseguidos en los tiempos de la posguerra, Los seguidores de la Osa Menor (1995). Dos años más tarde, en 1997 vio la luz una historia libérrima y singular de su ciudad, en la que el dato de la crónica veraz convive con la ficción en curiosa amiganza: La ciudad de la melaza. Nuevo homenaje y nueva mitificación, sin duda. y todo ello sin contar con sus numerosas colaboraciones en revistas y libros colectivos, ni con sus incursiones en otros registros, como es el caso de Alcaucín en la mirada (1995), en donde da noticia por extenso del pueblo de Málaga en el que vivió el escritor: del medio físico y humano, de sus recursos, juegos, gastronomía, folklore, etcétera. Texto, por otra parte, muy próximo en concepción y desarrollo a su Alborán inicial, entre otras razones, por su sentido misceláneo.
       Mucho interés ha despertado en estos meses pasados la que constituye hasta hoy su última novela publicada: En el balneario (1999). En ella Pérez Prados ha llevado a cabo un notable esfuerzo estilístico que, en cierto modo, establece un nuevo nivel de exigencia narrativa. Con mayor preocupación por el cuidado del lenguaje, relata en esta obra las peripecias de Daniel, un joven combatiente de la guerra del Rif que, perdido espiritualmente tras la experiencia del combate, busca su equilibrio en el ambiente idílico e intrahistórico de Jaraba. El clima lírico que preside el relato, los entornos de profundas connotaciones becquerianas (el Monasterio de Veruela, las proximidades del río Mesa, el Monasterio de Piedra, etc.); el paralelismo de la acción con la novela de Sthendal El rojo y el negro, que Daniel lee en distintos momentos; la atmósfera decimonónica; el idealismo y la sugerencia de suntuosidad, en contraste con la sencillez y la nobleza de los humildes, hacia los que el autor muestra su preferencia afectiva; el gusto por la descripción morosa de la naturaleza, de una naturaleza abrupta e imponente ("fragosa") o calma y llena de misterio, tal los estados de ánimo de sus protagonistas; el tema de las ruinas; la referencia respetuosa al folklore o las costumbres, en fin, hacen de esta narración un homenaje ejemplar ala tradición romántica.
       En la contraportada del libro reza la siguiente afirmación: "La novela romántica no ha muerto", y se apuntan posibles coincidencias con el romanticismo de Alfonso de Lamartine. A este respecto -jqué duda cabe!- En el balneario, desde el propio título, que sugiere un entorno melancólico de cura del desvalimiento físico y del espíritu, el aire que se respira es plenamente romántico y hay un juego constante y pretendido en el manejo de sus estereotipos. De "neorromanticismo" hablaba el poeta Fernando de Villena al reseñar la novela y establecía interesantes conexiones de ésta con la tradición decimonónica, de las que siempre goza intelectualmente el buen lector: "Así las cosas -escribe-, el principio de la novela nos evoca los galdosianos Episodios nacionales y en otros momentos nos parece percibir la atmósfera de autores como Alarcón, Bécquer o los románticos rusos -Lermontof sobre todo- y franceses" ("El neorromanticismo de Joaquín Pérez prados", Europa Sur, 10-4-99). Por su parte, Miguel Ávila, en una interesante crítica titulada "En el balneario o la elocuencia de las palabras" (El Faro, 21-5-99), subraya tradiciones en la misma dirección, al apuntar: "Lo concluyente de En el balneario es que, en la línea y a la manera si no de Lamartine sí acaso de un Constant (Adolfhe), de Senancour (Oberman), de Madame Stael (Corinne) o de Chateaubriand (René), Joaquín Pérez Prados (remilgos estilísticos aparte) consigue articular entre sus páginas una variante sobria de la novela romántica".  
 
CITA EN ESTAMBUL


Portada Cita en Estambul

       El año en curso ha sido pródigo para el creador y cuando aún no se han apagado entre nosotros los ecos y comentarios sobre En el balneario, el escritor nos ofrece una nueva historia: Cita en Estambul, también novela de la crisis de un personaje, a la búsqueda de sí mismo. El hecho de que su ambientación tenga lugar en los años que corren, sobre los que no se hurtan nombres y referencias concretas, no empece para que podamos establecer ciertos paralelismos y coincidencias, tanto estructurales, cuanto de contenido con la novela anterior. En efecto, la historia se construye de forma expansiva, a partir de un personaje hegemónico y central, que en este caso es Ricardo, al igual que lo fuera Daniel en la obra precedente. Ricardo es también un personaje en crisis -ya lo apuntaba antes-, que necesita llevar a cabo su particular odisea para encontrarse y superar su lucha espiritual. De hecho aquí también acompaña simbólicamente a la historia, y se infiltra en ella a manera de contrapunto, la referencia a La Odisea, de la que llegan a citarse determinados pasajes, ajustados al hilo de su propio relato, tal y como antes ocurriera con El rojo y el negro. La singularidad intrahistórica de Jaraba, es reemplazada esta vez por el exotismo de la capital de Turquía, en donde transcurren las peripecias del protagonista a lo largo de la segunda mitad de la novela... Hay matices diferenciadores, pero de menor relieve: frente a la juventud de Daniel, la madurez de Ricardo; frente al narrador omnisciente de En el balneario, la narración en primera persona; o frente al estilo arcaizante y cuidado otro más directo y sencillo, que recupera registros anteriores... A lo que habría que añadir un componente de intriga ajustado a la trama de los hechos y al desarrollo de la historia, cercana, por otra parte, al género de aventuras.
       Al igual que Daniel, Ricardo emprende un viaje, se desarraiga voluntariamente de su entorno natal, que vuelve a ser la costa granadina. Diversos enclaves de esta zona cobran protagonismo en los primeros capítulos de la novela y sirven de escenario de las andanzas de un héroe emancipado de compromisos familiares, por decisión propia, que quiere, nebulosamente, superar el escepticismo y la desgana de los cuarenta y cinco años. Así desfilan por las páginas las referencias al Bar de las tres RRR, los Multicines de la Avenida de Salobreña, la Rambla de Capuchinos, la Sierra de Lújar, primer retiro bucólico del personaje; la isla de Alborán, segunda estación de su jornada, etc.

ISLA DE ALBORÁN
       Si En el balneario estaba presente el tema de la guerra, de la guerra del Rif, tras los sucesos del Barranco del Lobo, de donde regresaba espantado Daniel; en esta otra historia también la guerra está presente, a través del contencioso del Kurdistán con Turquía. Zilma, el enigmático personaje que


KURDOS

encontró Ricardo en La Haya, años atrás, será la clave que propicie el cambio de atmósfera del relato y su ingreso más evidente en el territorio de la aventura. A través de Zilma se explica el destino que elige Ricardo. Aprovecha este hecho el novelista para dejar constancia de su simpatía por la causa kurda, que muy en segundo plano ha vivido momentos de intensidad trágica, ante el desdén del mundo opulento. De hecho se cita expresamente un trabajo de Manu Leguineche titulado "Kurdos. El pueblo sin amigos" (El Semanal, 7-3-99), lo que corrobora la fecha de escritura reciente de la novela. En cierto modo esta constancia de la causa kurda, abunda en una faceta habitual de su narrativa: el sentimiento ético y solidario, que en otro tiempo fuera compromiso militante. Aquí se elige, de modo ilustrativo, la reivindicación de un pueblo de unos veinticinco millones de individuos, repartidos en distintos países, dispersos y sin territorio, sin patria. La causa del Gran Kurdistán, que avivara Abdulá Ocalam (Apo, para sus seguidores) parece en estos días, en los que escribo estas líneas, acercarse a una solución negociada, si bien la larga historia de desengaños no deja de planear como una sombra ante esta nueva posibilidad de esperanza. Como el propio Leguineche afirma, en el trabajo anterior: "Han tenido mala suerte los kurdos, se las han tenido que ver por razones geográficas, de vecindad, con algunos de los nacionalismos más agresivos del mundo moderno, el turco, el iraní, el iraquí y el sirio. Han sido víctimas del engaño, de las luchas intestinas, de las venganzas de sangre, de las falsas promesas, de la traición, de los gases tóxicos, del gas mostaza que sobre ellos lanzó en Halabda, en marzo de 1988, el presidente Sadam Hussein con el resultado de tres mil muertos, sobre todo mujeres y niños. La comunidad internacional reacciona con indignación ante las imágenes filmadas por un aficionado. Se olvidan pronto, demasiado pronto, las imágenes y con ellas la indignación internacional. Es un pueblo belicoso en un tiempo y adorador del sol, que estorba a todos".
       No se detiene, sin embargo, Pérez Prados en los pormenores de este largo y cruento contencioso. Se sirve de él para imprimir un giro en la aventura de su personaje. De cualquier forma esta apuesta decidida por el pueblo sin amigos tiene, en su caso, visos reivindicativos, aunque no abunde en todas las posibilidades que le brinda este asunto, desde un punto de vista doble: narrativo y humano... Recuerdo que, meses atrás, en pleno proceso de escritura me confesaba el autor la necesidad de volver a Turquía para terminar su novela. y así lo hizo. La literatura se imponía a su vida, lo mismo que la historia avanzaba imponiéndosele al escritor. Volvió a Estambul, pues, para transmitir mayor verdad a las peripecias de sus héroes. De ahí que las continuas citas a sus escenarios sean ciertas y vividas, aunque no insista en la magia de la antigua Bizancio más de lo que conviene al vértigo de su relato. Los itinerarios y correrías de Ricardo por Estambul son el trasunto de este reencuentro emotivo del escritor con la ciudad, que recordaba nebulosamente desde su primera visita. Este otro protagonismo aporta ahora su nota exótica, que el autor hace coincidir con la actualidad de un drama político generador de tantas injusticias y sufrimientos:


ESTAMBUL. TORRE GÁLATA

        "Gracias a mis incursiones en la ribera asiática descubrí un rincón idílico con el que soñarían todos los viajeros románticos europeos del siglo pasado, pues respondía a la imagen de esos grabados antiguos que representan paisajes bucólicos: aguafuertes adensados de maleza invasora de nobles ruinas. Para acceder a él debía tomar un ferri en el embarcadero de Eminönü y cruzar el Bósforo. Descendía en Üsküdar y, tras sortear un grupo de humildes viviendas, llegaba a una zona que debía haberse mantenido sin mudanza desde hacía siglos. Sobre la roca viva, manos anónimas habían tallado un puerto minúsculo en el que se balanceaban media docena de barquitas pintadas de vivos colores. Y a su lado un cafetín concentraba a los hombres de la zona que se derramaban, tras abarrotar el reducido interior hacia un banco desvencijado en la puerta, a sentir la caricia del sol de enero, tomar el té y fumar sus pipas.
                                                                        (ms. págs. 113-1 14).

       Las consecuencias de esa crisis del personaje son varias: la rutina oxidante, la conciencia de haber alcanzado una edad madura, la inclinación de su carácter a la aventura, mitigada por las obligaciones y pospuesta pernanente-mente, y también el amor, la necesidad de una renovación de la fe en lo afectivo. En este sentido también enlaza con su relato anterior en el tratamiento del terna amoroso, si bien allí los perfiles son idílicos y cercanos ala hiperestesia y aquí un tanto más frívolos y desencantados. Pero en esta Cita se ofrecen otras, en las que el personaje muestra ambiguamente su necesidad de compañía, aunque quizá más para el desahogo camal que para un tipo de unión trascendente. La familia está rota, por la desidia de los cónyuges y sólo alcanza a emocionarse Ricardo con la rememoración de antiguos lances ocasionales, como el vivido con Amalia, cuyo recuerdo ofrece al lector en los meros compases de su historia. Aunque Amalia resulte, como luego ocurrirá con Elena, personaje un tanto abocetado. Y es que, en general, la actividad de sus héroes principales, fagocita parte de la entidad de los otros personajes de la trama.
       Novela, en fin, de viaje, de aventuras, de testimonio, que elige nuestro tiempo para expresar la crisis de un individuo, Ricardo, hastiado por la mediocridad de su vida, que trata de remediar iniciando su particular odisea oriental. Una misteriosa cita lo hará vivir en medio de otra cultura, un tanto a la deriva. El lenguaje ahora vuelve a la agilidad y a la economía de recursos de textos precedentes. Los acontecimientos azarosos le piden un estilo rápido, con diálogos y parlamentos breves. Todo el texto desprende un tono de confidencia personal, que el autor participa, intercalando a veces, sucesos vividos con anterioridad: la citada aventura con Amalia, el recuerdo infantil la charca de Suárez, el encuentro con Zilma, etc., con ello dosifica las distintas sorpresas que va reservando al lector. Crece la intriga a medida que se avanza en el relato y el autor va dejando su testimonio de Turquía, y de este Ricardo costeño que vive su hazaña insólita en el Estambul de ahora, al igual que su Leoncio Pangallo hacía lo propio en la América colombina... Pero dejemos paso ya a esta historia tan próxima a la sensibilidad de hoy, y que sea el propio héroe de la misma quien conduzca al lector al centro secreto, al corazón de su fábula.  

JOSÉ LUPIÁÑEZ
Motril, verano de 1999


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