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EMILIO PRADOS

        Emilio Prados el "cazador de nubes", en palabras de Lorca; "el imantado" o "el errante", según Juan Ramón Jiménez; "agua oscura", para Gil-Albert o "el entregado", como lo llama José Luis Cano, nació en Málaga, la ciudad del Paraíso, el 4 de marzo de 1899, en el seno de una familia medianamente acomodada. Fue el tercer hijo -tras sus hermanos Miguel e Inés- de don Emilio Prados Navero, de Alhama de Granada y de doña Josefa Such Martín, también andaluza, aunque oriunda de Alicante. Su padre regentaba un próspero negocio de muebles y había alcanzado cierta posición económica. Emilio fue un niño alegre, de extremada sensibilidad, intuitivo y algo tímido también. Su enfermedad del pecho, a la que debería acostumbrarse de por vida, le obligó a vivir en un entorno de afecto e hiperprotección. Frecuentaba el campo, en donde pasaba largos períodos recuperando la salud, y adoraba el mar, el mar de Málaga y sus playas de ensueño, que conocía a la perfección. El mar será una de las grandes constantes de su obra, e inunda sus versos con un vaivén permanente de misterio. En ello coincidirá con otros poetas de su misma promoción e incorporará su mar de vanguardia (que es un mar exterior vivo y enigmático y también interior, plagado de símbolos) a los grandes temas de la poesía española.
        Sus primeros estudios los realiza en Málaga, en donde fue compañero de Vicente Aleixandre, en el colegio de don Ventura Barranco. Aleixandre ha


MÁLAGA CATEDRAL

evocado de forma inolvidable esa infancia compartida y nos ha legado las primeras estampas de aquella etapa infantil de sueños y de aprendizajes. Es inevitable apelar a su recuerdo: "No era muy alto. Tenía unos ojos reidores, flechadores del bien, y un pelo negrísimo. Yo iba a recogerle a su casa algunas mañanas, de paso para el colegio. Al salir por la tarde, cruzábamos la plaza de la Constitución (hasta muy poco hace, estaban allí los letreros mágicos "Escamilla: Zapatero", "Cotilla: Dentista") y penetrá-bamos en la calle Larios. Allí tenía el padre de Emilio aquel gran almacén de muebles de ornato de la ciudad, cuyos escaparates profundos me trajeron las primeras imágenes de lo misterioso. ¡Aquellos comedores deshabitados, aquellas suntuosas alcobas vacías, con su lámpara encendida sobre una mesa, para algún hada!
        "Sí, un niño alegre era lo que yo recogía cada mañana. Un niño a veces tan alegre y bullicioso que parecía todo él una canción." Aunque también nos recuerda Aleixandre esa otra faceta más oscura: "pero le veo también mudo, como si él fuese su propia voz extinguida, aterido (¿qué es lo que le había rozado?) en medio de los gritadores". O evoca para todos la precocidad de su conciencia moral, preludio de lo que sería más tarde su hondo sentido del compromiso solidario: "Tenía inmensamente vivo el sentido de la justicia, y más todavía: allí, en su figura infantil, en aquellos ojos humildes y con luz, vi yo por primera vez la vislumbre instantánea del rayo dulce y largo de la misericordia" (Los encuentros, O.C. 1212-13).
        Con catorce años marcha a Madrid para estudiar en el Instituto Escuela, la "Pequeña Residencia", de donde pasará más tarde a la Residencia de Estudiantes. Una grave recaída en su enfermedad le fuerza a interrumpir sus estudios e ingresar en el sanatorio suizo de Davos Platz. Fue allí en donde nace Emilio Prados a la poesía y comienza la escritura de sus primeros poemas. En medio de la crisis y contra lo previsible se recupera, quizás ayudado de esa nueva medicina del espíritu, en ocho meses. A su regreso visita París, con su hermano Miguel. Allí entrará en contacto con el ambiente literario francés y se interesará especialmente por el surrealismo, que tanta huella deja en una de sus etapas poéticas. De vuelta a Málaga, abandona su ciudad natal al año siguiente para cursar estudios de Filosofía en la Universidad de Friburgo. Durante esta etapa lee en profundidad a los presocráticos, a Spinoza a Hegel y a los románticos alemanes, que marcarán también notablemente su poética.
        De vuelta a España, en 1926, inicia una etapa enormemente fructífera de creación y de activismo cultural. Abre la imprenta Sur y funda en colaboración


REVISTA LITORAL (HOMENAJE AL FUNDADOR)

con Manuel Altolaguirre la revista Litoral, que en palabras de Alberti fue "la mejor revista de poesía que registró los años más felices de nuestra generación". La imagen del Prados de aquella época nos la evoca esta vez José Luis Cano, quien intimó con el poeta a finales de la década de los veinte: "Lo recuerdo, sí -traje negro, rostro tostado por el sol, un mechón rebelde de su negro pelo liso sobre la frente-, paseando por la soleada Málaga indolente de aquellos años. [...] En su imprenta Sur, que luego regaló a sus obreros, trabajaba con ellos como un obrero más, con su mono azul, compo-niendo con gusto y cariño los libros de sus amigos (Federico, Vicente, Manolo) para la Colección Litoral. Los chaveíllas de El Palo, el barrio malagueño de pescadores, lo idolatraban como a un dios. El señorito Emilio era para ellos como un santo con blanca camisa, que de pronto se desnudaba, se metía mar adentro nadando, y no se sabía cuándo iba a volver a la playa. (De cuando en cuando los llevaba, en alegre tropel, a comer a su casa, calle de Larios, ante el espanto de su pobre madre.) Pero también lo recuerdo como lo evoca Juan Ramón, en el Morro, apoyado sobre una roca o sobre el malecón de piedra, contemplando horas enteras el mar que lo sitiaba, y regresando luego por el paseo de la Farola, para perderse, soñando, por la Caleta y el Limonar, paraísos malagueños" (La poesía de la generación del 27, págs. 262, 263).
        Toda la crítica coincide en señalar tres grandes momentos en la trayectoria poética de Prados: uno primero, que se ha dado en llamar Los años claros y que comprendería el período inicial de 1923 a 1931. En él se sitúa su nacimiento poético y la publicación de sus primeros títulos: Tiempo (1925), Canciones del farero (1926) y Vuelta (1927). También a este período se corresponde su labor publicista, con la creación de la revista Litoral y además sus contactos con el surrealismo. Alternan y se suceden tres registros estilísticos en este primer momento de su lírica: el más aéreo, de canciones breves, neopopulares, de tema marino, presente en muchas muestras de sus dos títulos iniciales. Más tarde un tono de gravedad, próximo al conceptismo y al gongorismo, tan vivos en las poéticas de esos años, se hace presente en Vuelta o en Nadador sin cielo, título que no llega a publicar. Y finalmente termina libros como El misterio del agua o Cuerpo perseguido, que permanecerán inéditos durante muchos años. Su escritura ahora se vuelve, en ellos, más introspectiva, más ensimismada espiritualmente, más a la busca de la conjunción entre contrarios, entre la exterioridad sensible y la intimidad indagadora y sufriente del poeta. Cuerpo perseguido es una cumbre poética en este período. La pasión amorosa o su rescoldo lo aviva en los versos, probablemente, la joven malagueña Blanca Nigel, la enigmática Madame H, a quien dedicó sus primeros poemas. Patricio Hernández cree que se trata más de "mística amorosa" que un libro de recreación erótica de lo carnal. Para Blanco Aguinaga: "Así como en su primera poesía Prados iba de lo temporal a su esencia, se lanza ahora por el calor del cuerpo y en la gracia de los ojos hacia el mundo donde sin tactos ya y sin nombre alcanzan los amantes la libertad más honda" (Introducción a Cuerpo perseguido, Barcelona, Labor, 1971, pág. 9).


EMILIO PRADOS

        Es la segunda etapa la de rebeldía y combate y comprende los años de 1932 a 1939. Se caracteriza este momento por su compromiso político y por su decidida lucha en favor de los intereses republicanos. Colabora en la organización del Congreso de Escritores Antifascistas de Valencia y lleva a cabo una importante labor editora difundiendo hojas poéticas en los frentes de guerra, durante el conflicto civil y participando en otras actividades de base. Desde el punto de vista poético su escritura da un giro: por un lado escribió su libro surrealista Andando, andando por el mundo. Por otro, profundiza en una poesía de compromiso político, discursiva y más retórica en sus planteamientos en No podréis, que quedaron inéditos, como la mayor parte de su producción entre 1926 y 1936. De otro lado vuelve al registro popular en el Cancionero incompleto del pan y el pescado. A comienzos de la guerra retorna al cultivo del romance, acercándose al romancero tradicional, con muestras granadas de poemas políticos. Recogió toda su poesía de guerra con el título de Destino fiel, por el que le fue concedido el Premio Nacional de Literatura en 1937. Fue Prados, además, quien recolectó y difundió el célebre Romancero general de la guerra de España, que aparecería con prólogo de Rodríguez Moñino.
        El tercer momento de su evolución se corresponde con el destierro, al tener que partir el poeta, una vez perdida la guerra, primero hacia Francia y más tarde hacia México, en donde permaneció exiliado hasta su muerte el 24 de abril de 1962. La dramática separación de la patria no corta las raíces que lo ligan a sus orígenes: la nostalgia de España, la añoranza de sus playas de Málaga le acomparán siempre en el recuerdo. Le tocaba vivir una pérdida real de su paraíso, dejar atrás un mundo pleno de experiencias vitales... Este desgarramiento le condicionó, sin duda, para entregarse en cuerpo y alma a una obra que, a lo largo del período final, alcanza una altura lírica y una hondura emotiva y de pensamiento muy superior a etapas anteriores. Es, siendo militante inevitable de La España Peregrina, cuando compone sus títulos mayores: Memoria del olvido (1940), Mínima muerte (1944), Jardín cerrado (1946), Antología (1954), Río natural (1957), Circuncisión del sueño (1957) y La piedra escrita (1961)... Pero primero tuvo que asumir el desconcierto y la crisis de adaptación que sobreviene a todo refugiado y a Prados le resultó especialmente traumática y le costó superarla. El conceptismo barroco, un acercamiento a la mística o al neopanteísmo de sus primeros versos y la nostalgia dolorosa del desterrado van a ser las constantes de estos libros mayores, en los que su lenguaje, vibrando en una nueva depuración, alcanza cotas inéditas en toda su trayectoria. Para Blanco Aguinaga, sus últimos títulos, "inmersos en la conjunción de los tres tiempos, pasado, presente y futuro, cantan ya la totalidad del Ser. El yo y lo otro, la vida y la muerte, son ahora unidad indestructible" (Historia social de la Literatura española, III, Castalia, Madrid, 1984. Pág. 134).


EMILIO PRADOS EN MÉXICO

        Fueron años duros, en los que el poeta debía hacer frente a su subsistencia. Al principio fue acogido por Octavio Paz, quien lo alojó en su casa y más tarde entró en contacto con otros refugiados, con quienes volvió a la aventura editorial. Fue tutor en el Instituto Luis Vives, que fundaron los exiliados españoles, y atendía a los estudiantes en sus visitas culturales, en excursiones y recreos, sin llegar a dar clases. En México adoptó al niño español Francisco Salas, que había quedado huérfano, tras la guerra... A través de él se sentirá cumplido: "hombre entero en el mundo/ y padre sin semilla/ de la presencia hermosa del futuro". Años difíciles, sí, fueron aquellos del largo destierro del poeta. Sus amigos de España le animaban insistentemente a volver y le escribían cartas para que regresara a su ciudad malagueña, pero el retorno se le hacía a Prados, con el paso del tiempo, cada vez más imposible. Vida en precario, sí, como nos la recuerda Gil-Albert en su Memorabilia: "Una de las últimas veces que lo vi fue en su casa, un mísero pisito de vecindad, en el que me recibió, con sus gafas negras y sus cabellos que comenzaban a canear, tendido en un camastro y, como Sócrates al beber la cicuta, rodeado de varios muchachos de gran belleza, que le dedicaban una devoción de neófitos. Al lado, un pequeño armario de madera, guardaba los manuscritos, sus únicos bienes. Todo lo cual constituye un pasado transido y, por extraño que parezca, enormemente vital" ( O.C. 2 (Prosa),págs. 354-55).
        En sus últimos años se fue acercando a Dios. La Biblia, lectura habitual en todas sus etapas, se convirtió en apoyo diario. Sus escritos finales rezuman misticismo y religiosidad honda y sentida. Y así se nos fue: una embolia pulmonar lo llevó a la muerte el 24 de abril de 1962, como ya dije antes. Mañana, se cumplirán exactamente treinta y siete años de su despedida.

JOSÉ LUPIÁÑEZ
23 de abril de 1999


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