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Antonio Abad (Melilla, 1949) ha venido proyectando su
sensibilidad creativa a través de muy diversos cauces expresivos: la poesía, la crítica literaria y artística, el ensayo,
la narrativa, el dibujo, la pintura, el diseño editorial, etc. En todos estos campos ha dejado testimonio de su inquietud,
de su inventiva y de la singularidad de su ingenio, siempre sorprendentes. Esta multiplicación de su actividad creadora
no ha supuesto dispersión alguna, contra lo que pudiera pensarse, antes al contrario ha contribuido de manera notoria
a enriquecer su apuesta por las opciones mayores a las que se ha entregado desde muy joven: la lírica, la plástica y,
más recientemente, la narrativa.
Como poeta se dio a conocer, a finales de los setenta,
con un libro lleno de novedad en el panorama de aquellos años: El ovillo de Ariadna (Ánade, Granada, 1978).
Esta primera entrega constituía el final de todo un proceso de
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No hay nada.
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(Pág. 29). |
En abierto contraste con el desvalimiento espiritual de
Misericor de mí, y publicado en el mismo año de 1980, apareció en la malagueña colección de "Corona al Sur" su libro
Mester de lujuría, integrado por una serie de poemas eróticos que suponen un intermedio vitalista y gozoso en la evolución de su trayectoria lírica. Humor, atrevimiento, provocación, contrastan desenfadadamente con la atmósfera existencial más frecuente de su poética. De este modo veremos que el derrotismo anterior es sustituido por la celebración irónica y desembarazada, visible en textos como "Ejemplo de yacer con mujer muy resuelta", "Postura del acostar con bríos" o "Maneras para aquellos que a la doma tienen por oficio", en los que el erotismo intenso sustituye ahora a la salmodia eticista y desencantada de su entrega anterior:
Y se inclinó en el lecho volviendo posaderas |
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Crucé la vieja Ortaca, los paseos de Cuzcle, |
(Pág., 19) |
Libro capital, sí, que supone la consolidación de su voz, personalísima y diferente en el reciente panorama poético. A él se une el título siguiente que prolonga las mejores virtudes de su poética y que fija, definitivamente, el territorio mítico primordial, que ha sido la fuente de inspiración más vigorosa de su última etapa, tanto en lo lírico, cuanto en lo narrativo: Quebdani. Quebdani, en efecto, será el nombre que encubre los enclaves magrebíes, en los que vivió el poeta y da título a la primera parte de su siguiente libro,
El arco de la luna, así como a su primera novela.
Sidi Mohammed ben Abd-el-Krim el Jatabi
(Págs., 25, 26)
Con El arco de la luna (Rusadir, Melilla, 1987), obtiene Antonio Abad el Premio Internacional de Poesía, convocado por el Ayuntamiento y la Universidad de su ciudad natal, en la edición de 1986. Supone, hasta ahora, la cima de su escritura y constituye, a mi parecer, junto con
Invención del paisaje lo más significativo y relevante de su producción como poeta. Dividido en cinco apartados,
el primero recrea, como anticipaba antes, las claves míticas del entorno rifeño, en un ir y venir desde el recuerdo al ahora
de la escritura; fundiendo diferentes etapas experienciales y emotivas, que incluyen la anécdota personal y la recreación
de otros valores comunitarios. Hombre y colectividad, historia y biografía se dan cita en una ceremonia de
añoranzas y de paisajes, de ritos y de emociones plenas de cromatismo y de efectos sensitivos; ceremonia, digo,
impregnada de cierta rebeldía no exenta de amagos pesimistas, próximos a la renuncia o a la conciencia de cierto
vencimiento espiritual:
EL ARCO DE LA LUNA
cabalga todavía. Los cerros plateados
se alargan con su sombra,
verdean las vaguadas al paso del corcel,
¿de quién fue la derrota?
Después de la vendimia de los sables
recogimos un poco para esto
tan frágil que se llama vivir.
Quebdani en el cinabrio de sus lomas angostas
-el autobús enfila la cuesta y relincha-.
Se va quedando un té de aturdimiento
reseco por los labios.
Frente a la rememoración sentida de lo magrebí,
la nueva ciudad del poeta: Málaga, en la que vive desde hace años, representa al occidente europeo y es símbolo,
pero negativo, de civilización y de progreso. Es "Ciudad sin paraíso", en clara alusión aleixandrina. El campo
semántico de la negatividad se pone de manifiesto en los seis poemas de este apartado.
El último llega a apostrofar irónicamente a sus poetas, "incautos paladines/ de la razón oscura"... Sólo el
oriente simbólico e ideal, redime, como se desprende de su apartado central "Amanecen incendios
orientales". De ahí que en las dos secciones finales se abunde en esa oposición: por un lado en "Exilio
en Aghmat", y por otro en "Descrédito del sur". En la penúltima serie referida al exilio se produce la
identificación del autor con el rey poeta Al-Mutamid, con quien dialoga, y a quien se siente próximo
por cuanto significa como referente humano de un mundo de valores árabes, insistentemente añorado
por Antonio Abad y, por otra parte, al sentir en él y con él la complicidad de la poesía... La dicotomía
del mundo árabe idealizado frente a la civilización europea, la resolverá el poeta tomando partido
definitivamente por el primero, de manera más transparente en el poema que cierra el libro. Tras
el conocimiento de ambos mundos Antonio Abad se ampara en secretas razones de orden sentimental
y vivencial para elegir lo árabe, para instalarse y fundar su escritura en el Sur, un sur norteafricano,
mogrebí, rifeño, a pesar de que esa escritura esté teniendo lugar, paradójicamente, desde
un sur europeo.
MÁLAGA
Estamos, pues, ante un poeta que ha sabido fundar su propio
mundo lírico, en conexión con la mejor tradición arabigoandaluza,
y que ha conseguido acuñar un lenguaje
propio para transmi-tirnos ese universo personal. Verso esencializado, enumeraciones que apelan a lo sensorial,
descripciones transgresoras de lo real, fecunda actividad metafórica, gusto por la dimensión simbólica, por la
liturgia y la fabulación fabulación, que no esconden una clara conciencia ética y reflexiva ante los reclamos
engañosos de la hora presente. Su condición de hombre fronterizo impregna su palabra de matices muy
varios, porque él prefiere que su discurso sea mestizo, sensitivo, heterodoxo y que su verso sabio no
deje nunca de sorprendernos, de desconcertarnos, de provocarnos con esa rara belleza que -estoy
convencido- podremos comprobar, una vez más, en su lectura de esta noche.
APUESTA POR LO ÁRABE
JOSÉ LUPIÁÑEZ