MAR DE ENFRENTE

Es domingo de Ramos. Hace viento. Sonrío.
Vibra el cielo a esta hora más azul que otros días.
Muchos pájaros trazan mensajes imposibles
que trinan emotivos en su lengua celeste.

Es domingo y las voces resuenan en la calle.
Los árboles se olvidan, dan su espalda, no miran
a esas verdes sonajas de las cañas al viento.

Trinos y azul. Brisa del mar. Respiro. Pienso.
Vivo aquí, sueño o sufro. Mi vida es esta orilla
a la que llegan olas de irrealidad, recuerdos
o rencores. En la mañana admiro
el hermoso tapiz que se despliega: luz sin mácula
que inunda la ciudad y el alma inunda...

Guardo silencio.


ZAFRANE

Esta arenilla es de oro...
Mi corazón se fue
por las dunas doradas.
Mi vida daba tumbos,
de un dromedario, a lomos.
Su pezuña durísima
se inventó aquel camino.
Y yo, bamboleante,
me aferraba a su giba:
un desierto de oro,
un cielo azul, candente,
y el traqueteo cansino
del rumiante fantástico.
Mordía el viento mi rostro
y unas hojas mis dientes
de fresquísima menta.
A lomos voy —me dije—
de un animal extraño.
Sobre cisterna viva
en la que suena el agua
de hace ya varios días...
Queda camino por delante
y sol y arena
y desierto sin fin,
como en la vida.


EN EL VALLE

Sobre las tejas el verdín progresa.
El cielo está muy gris, pero la lluvia
ha cesado un instante. Hace frío
y los pájaros todos tiritan escondidos
entre las frondas...
En las ramas heladas de los árboles
las gotas milagrosas se transforman en perlas.
Un vaho azul escapa de la tierra.
Al fondo, las montañas se ocultan recelosas
en las nubes más bajas.
El alma reconoce estos paisajes,
a los que fue marcando, a través de los siglos,
la vida con su drama; estos valles que guardan
en su entraña, con celo, rescoldos de la historia.
Ya es invierno y, desde las techumbres
de las casas de piedra,
asciende el humo denso de los viejos hogares.
Yo arrimo el leño al fuego que caldea mi rostro
y siento que las llamas, crepitando, me avisan
de que la vida es breve.


LA HORA VIOLETA

Yo iba herido, te iba diciendo en el camino
y veo muy difícil coronar el sendero;
perdí la confianza, ¡qué más da si el destino
me reserva su gloria, si yo ya no la quiero!

Morir, pasar, ¡qué importa no dejar ningún rastro!,
vivir como en secreto, ajeno, displicente,
la vida desabrida; la condena que arrastro
espanta cualquier sueño dorado de la mente.

No fui nada ni nadie y eso a mí me dio igual,
acaso sólo sombra que pasa y alguien mira.
Ya no tengo esperanza, ni tampoco ideal,
ya nada me sorprende, ni ya nada me inspira.


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