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Cuando llegué a Granada en 1974 un grupo de poetas se había reunido y puesto de acuerdo para crear una colección en la que dar a conocer sus libros. Encontraron cierto apoyo en la Universidad, que puso a su disposición el Servicio de Publicaciones y así vio la luz
Zumaya, en la que aparecieron sucesivamente distintos títulos de aquellos escritores que vivían la euforia de la creación y la otra euforia del tránsito a la democracia. Indirectamente también era
Zumaya un homenaje a la memoria de Lorca, puesto que dos versos de Federico sirvieron de lema para dar alas y voz a la colección: «¡Cómo canta la zumaya / ay cómo canta en el árbol!».
En la citada serie aparecieron títulos que lograron amplia difusión en los ambientes universitarios de Granada. Recuerdo el
Poema de la Alhambra de Antonio Enrique; Espero la caída del pájaro más triste, de Juan J. León:
Extrasístole, de Mari Luz Escuín: A boca de parir, de Javier Egea;
Solo de hombre, de José García Ladrón de Guevara; Templo, de Enrique Morón, etc. Pues bien, el animador de aquella empresa fue Juan J. León, poeta que había sido precoz con otras publicaciones pero que ofrecía su primer libro granado con
Espero la caída del pájaro más triste (1974). El propio Juan J. León ilustró algunos textos y portadas junto a pintores como Joaquín Villegas Forero y José Aguilera. Más adelante la serie fue retomada al margen de su núcleo fundador por el profesor Nicolás Marín y continuada con nuevos textos y nuevo diseño, esta vez de Julio Juste. Pero todos recordamos que su arranque, su nacimiento, se debió a Juan J. León que supo convocar de manera ejemplar a aquel grupo de escritores jóvenes y componer esa página memorable en la reciente historia de las letras granadinas.
RECUENTO Y LECCIÓN
Espero la caída del pájaro más triste suponía la ruptura con una etapa anterior en la que sus versos respiraban pesimismo y desesperanza sin salida, etapa a la que el poeta renuncia a la hora del recuento, olvidando conscientemente poemarios tales como
En desacuerdo o Latidos en mi letargo. La segunda de sus entregas fue
Estos tiempos son largos paréntesis de goma, editado por la Librería Anticuaria El Guadalhorce de Málaga, primero en 1978 y más tarde en 1985. Le siguen
Conciencia puesta en pie, impreso en la misma editorial malagueña en 1986 y
Canción debida (Laguada, Granada, 1988). Con esta trayectoria propuse al autor reunir su obra
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Un titilante tropezón de sayas,
UN SUCESO EN MOTRIL
Al toque infiel de un búho trompetero
Ya he referido este suceso en otro lugar, pero he vuelto a hacerlo porque me parece ilustrativo de cómo un acontecimiento anecdótico se transforma en literatura de alto valor. El libro, en fin, recrea otros hechos y temas en los que trasluce la herencia áurea (Lope, Góngora y especialmente Quevedo) asumida por el autor, así como sus dotes para la buena chanza, de la que pueden servir de ejemplo los textos dedicados a Enrique Vázquez, su «Contestación al Quisquete» (Javier Egea) o el desternillante «Sino y sombra de los compañones» en el que los testículos, personificados, se duelen de la vida tan percutiva y ajetreada que les procura “el largo” en las noches de farra:
Y luego. encima, cuando el largo sale
LAS SÁTIRAS INEDITAS
JOSÉ LUPIÁÑEZ
de llaves, de rosarios y amuletos
arañan con sigilo las murallas
de un convento de chismes y secretos.
La sierva del Señor y sus denarios
medita con modorra de tortuga...
Corazas de cartón y escapularios
simulan el grosor de su pechuga.
A veces se despierta del desmayo
ascético y senil de iluminada
y mira a las novicias de soslayo
y el diablo parpadea en su mirada. (Pág., 26)
Siguen unos «Sonetos Satíricos» que se circunscriben a aventuras y pasajes vividos por el autor o sus amigos más cercanos. Varios de ellos se dedican a otros poetas como Javier Egea o Fernando de Villena. El que se refiere a este último, por cierto, narra un suceso que aconteció en Motril, en agosto de 1986, durante la celebración de la «Gala de la Luna». El entonces corresponsal Francisco M. Ortega se refería así a aquel evento —del que fui testigo— en una
crónica que traigo a estas columnas por su interés local y literario: «Sin luna y con algún tímido intento de lluvia, transcurrió la
Gala de la Luna de agosto ante un público heterodoxo que llenaba los Jardines Lenon, sin definir su presencia entre la cultura y la fiesta, ya que según Ángel Pacheco, concejal de Cultura se trataba de convocar
un acto lúdico y cultural y agradeció a los poetas su intervención como una muestra representativa de la poesía andaluza». Y más adelante sigue diciendo Ortega: «La nota desafortunada la puso Fernando de Villena, uno de los poetas que participó en el recital al sufrir un accidente fuera del recinto donde se celebró la fiesta». Pues bien, Juan León recrea con malicia y arte aquel accidente en este memorable soneto que lleva por titulo: «Donde se cuentan las desventuras de un andante caballero» y cuya dedicatoria reza «A Fernando de Villena que salióse al campo de caballero andante y volviéronlo a su casa de caballero cojitranco». Dice así el soneto:
DIBUJO DE JOSÉ AGUILERA
y a punto y coma de rayar el día,
con premeditación y alevosía
salióse al campo un noble caballero.
Llevaba como paje o escudero
una jocosa y dulce compañía
que pellizcaba con procaz porfía
cuando de pronto se acabó el sendero.
Cayóse por un tajo el noble infante
cuan largo era y larga la tenía
en tal momento y por razones tales.
Quedóse tan tullido en adelante
que clama desde entonces noche y día
culpando al ciego amor de tantos males. (Pág.. 37)
rugoso y agotado de la fiesta,
lo tienen que llevar sobre los hombros. (Pág., 36)
Intrépidos naufragantes reproduce, en cierto modo, el planteamiento del libro anterior e insiste en los mismos temas: la invocación inicial, que en este caso se complementa con una fascinante enumeración caótica a modo de “Ferviente evocación” final: las tipologías de personajes tales como “El
pedrólogo” (el geólogo), “El sablólogo” (El dentista) o “Los tabernícolas” del mundo nocherniego; la noticia de acontecimientos que la amistad le procura y
que afectan a individuos de su círculo, que le ofrecen materia de inspiración: Pompeyo, Quisquete, Enrique Vázquez, etc. Otros textos más libres dejan constancia de su sentir anticlerical y goliardesco, con la exaltación del vino y las tabernas y muestran su lenguaje hiperbólico, rico en neologismos y en la conjunción de éstos con formas y expresiones clásicas, que mantienen un curioso equilibrio entre el remedo y el homenaje. Por lo demás reaparecen sus recriminaciones a Pompeyo por su prolífica descendencia, o a Alfonso “por su mala testa”, e incluso llega a ponerse él mismo —tal nuevo Arcipreste— como ejemplo, del que convida al lector a retener lección provechosa y a escarmentar de la experiencia ajena.
HOGART
CODA
Cultivada ocasionalmente por los escritores actuales, la poesía satírica constituye uno de los géneros tratados con especial interés y fortuna por Juan J. León. Ahora, al ofrecernos su obra reunida dentro de este marco reivindicativo, señala su preferencia por unas fórmulas expresivas que apenas se han ejercido entre nuestros poetas más recientes (Salvago, Irigoyen, Martín del Burgo) y para las que se nos muestra singularmente dotado el autor granadino.
Complementa esta veta su poética sin disentir de ella en tanto que mantiene su fondo crítico y la denuncia directa de aspectos sociales o de vicios morales así como la más alta exigencia en la expresión y en la invención lingüística. Hay muchos poemas mayores en estos dos libros y mucho de su corazón y de su experiencia en ellos. Por esas razones no dudo de que el lector avisado frecuentará con gusto sus páginas y encontrará en ellas ingenio, sentimiento, diversión, metáforas, chistes, atrevimientos mil, amén del regalo impagable de comprobar hasta qué cotas puede llegar el idioma de todos cuando es gobernado por uno de nuestros mejores poetas contemporáneos.
Semanario EL FARO
Motril, 23 julio 1995